domingo, 21 de octubre de 2012

Capítulo 11: Intersección de cromo II


Sintió que las nauseas alcanzaban un punto máximo. Si hubieran tardado un segundo más en salir a la calle, Samishii estaba segura de que habría vomitado sobre toda aquella gente. La gran cantidad de individuos que iban de aquí para allá sumados a la dificultad de alcanzar la puerta habían convertido el pequeño tramo en un infierno. Alguien había tenido la inoportuna idea de morir justo en la salida, lo que había provocado que los pocos que salían por ahí se tropezaran dificultando el paso a los que los seguían. Por lo general la ingeniera no soportaba estar rodeada de tanta gente, además de aborrecer ese grado de violencia absurda que había alcanzado la situación. Los disparos habían dejado de oírse y solo sonaba uno cada cierto tiempo creando un paréntesis en los alaridos y gritos.
Al llegar a la calle se hicieron a un lado junto con una docena de personas que habían tenido la idea de mirar a su alrededor antes de lanzarse hacia la salida principal. La japonesa no quiso pensar si quiera en lo que estaría pasando allí.
-Deberíamos ir hacia adelante… la policía no tardará en venir. –dijo entre jadeos Roy mientras estudiaba el callejón.
-¿Temes que te registren? –preguntó con tono mordaz la chica.
Estaba apoyada en la pared con los ojos cerrados, intentando imaginar que se encontraba en algún lugar apartado sin tanto psicópata, yonki o simplemente, ser humano.
-No creo que registren a nadie, esto es el distrito diez, aquí no hay ricos, ni gente importante, ni siquiera hay un sector de la población que opere en alguna fabrica o corporación de importancia. Las empresas de aquí traen a sus propios trabajadores de otros distritos. No… aquí la policía no tiene por qué ser amable.
-Ahórrate tus llantos. –contestó Samishii con burla pero teniendo muy en cuenta lo que su amigo acababa de mencionar.
No tenía duda alguna de que lo que decía era cierto, Roy y su banda pertenecían a una organización de varias formaciones independientes llamada HumanF. Él había estado en unas revueltas hacía poco menos de un año en el barrio tres de aquel distrito. Más conocido como Coal, ese barrio se había visto privado de suministros básicos para la vida y como respuesta se habían organizado revueltas y actos de terrorismo urbano, lo que a su vez había desembocado en una ola de violencia y arrestos indiscriminados por parte de las fuerzas de seguridad de GoreCity y de algunas corporaciones. Aquello había sido una maldita guerra. Les habían atacado con descargas eléctricas de alto voltaje, con gases lacrimógenos, con munición explosiva y hasta habían recurrido a los dispersadores de masas MW25 basados en microondas que hacían que te hirviese la piel. «Por eso le gusta esta ciudad y sobretodo este distrito, es capaz de convertir a alguien en un veterano de guerra sin ni siquiera salir de un edificio en toda su vida», pensó mientras caía en la cuenta de lo distintos que eran.
-¿Y tus amigos? –le preguntó más por hacer tiempo que por interés.
-Estarán bien, saben cuidarse solos. Además saben que esta cita era importante, seguro que no les importa que tengamos un poco de intimidad…
Samishii iba a responder con palabras cargadas de veneno a la provocación del pandillero que ya mostraba esa típica sonrisa descarada cuando algo captó su atención. Por un instante luchó por no creerlo pero al poco se le tensaron todos los músculos y calló en la cuenta de que estaba metida en un gran problema.
A poco más de una treintena de metros, se acercaban dos tipos trajeados que no podían ser otros que los que habían estado esa misma tarde en la puerta de su refugio. Maldiciendo y preguntándose cómo podían haberla encontrado agarró a Roy por el brazo y comenzaron a andar hacia su izquierda. Mientras el ruido de sus botas al caer con fuerza sobre el asfalto era amortiguado por los gritos de la gente, Samishii comenzó a trazar un sencillo plan. Cuando llegaran a la parte de atrás del local desenfundaría su arma y esperaría a esos dos hijos de puta, una vez los hubiese acribillado les sacaría hasta la última respuesta, si es que seguían con vida para entonces.
Desenfundó el arma al oír disparos más adelante y pudo ver como su amigo hacía lo mismo. Pero al girar la esquina se encontraron con una oscura calle en la que parecía haber habido una guerra. Había un tipo disparando a un coche sin discreción alguna. Iba caminando hacia el vehículo, disparando con el arma apoyada en la cadera. Llevaba unos vaqueros desgastados y un chaleco repleto de clavos, cadenas y unos pequeños tubos fluorescentes que cruzaban las costuras con un tono rojizo.
Aquel lugar estaba lleno de pirados que querían matarse unos a otros, no entendía nada pero sabía que quería salir de allí. Entonces el loco de la ametralladora se percato de su presencia y se giró con la intención de matarlos pero Roy ya contaba con ello así que se apresuró a levantar su arma. Antes de que completase el giro, el tipo cayó al suelo con estrepito, soltando un largo chorro de sangre de su clavícula y su cuello. El arma del joven era un modelo potenciado y Samishii sabía que usaba munición perforarte por lo que las probabilidades de que aquel individuo se levantase de nuevo se reducían a que hubiera podido costearse sofisticados recubrimientos subcutáneos, cosa que dudaba de un matón de gatillo fácil como aquel.
La calle pareció quedarse en silencio durante unos segundos que parecieron saber a gloria a todos los integrantes de aquella peculiar escena. La joven se asomó por la esquina para ver si continuaban siguiéndolos. Allí estaban, los dos tipos trajeados habían alcanzado la puerta lateral y parecían estar buscando a alguien. Por un momento deseó que entraran en el local y se perdieran pero no contaba con ello. Los habían visto, de eso estaba segura, así que en cuanto no la encontraran entre la pequeña multitud irían hasta allí.
-Deberíamos irnos –Dijo el pandillero de forma tajante. La mirada de la ingeniera le bastó para saber que tenía que decir algo más-. No sabemos cuántos de esos hijos de puta hay por aquí ¿Y si este tío que me acabo de cargar tiene algo que ver con ellos? –Suspiró para coger fuerzas-.  Samishii, deberíamos desaparecer de aquí cuanto antes.
Samishii le aguantó la mirada unos instantes y después asintió. Por mucho que odiase admitirlo, tenía razón. Todo aquello estaba resultando ser demasiado raro, demasiado violento y demasiado peligroso. Se juró que resolvería el asunto cuanto antes y que si era cierto que la estaban buscando acabarían encontrando una bala en su cabeza, fueran quienes fuesen. Comenzó a perderse en sus pensamientos pero hizo un esfuerzo para volver al mundo real. Lo primero era salir de allí: volver estaba descartado y entrar al Laser del Infierno por la puerta trasera no parecía una opción muy alentadora.
Un estrepito llamó su atención. Oyó unos gritos que venían del único coche de la calle, el cual estaba hecho pedazos. De pronto la puerta se descolgó cayendo sobre el asfalto y de ella salió un tipo enorme tosiendo y escupiendo sangre.
-¿Se puede saber qué coño estás haciendo joder? ¡Te van a matar y después me van a matar a mí y a este saco de mierda! –Escuchó que decía una voz desde el interior.
El grandullón llevaba una pistola y al verlos la levantó con una rapidez muy poco propia para un hombre con semejantes heridas. Era como si estuviesen viendo un cadáver: estaba lleno de sangre y en su cara desfilaban una veintena de cortes profundos.
Roy también le apuntó.
-¡Esperad! –Samishii gritó mientras estudiaba su siguiente paso.
Estaba claro que aquel tipo y fuera quienes fueran los que estaban dentro no simpatizaban con los pistoleros, por lo que había ante ellos una posibilidad para salir de allí.
-¿No os arranca el coche? –preguntó como si nadie estuviera a punto de disparar.
El tipo pareció estudiar la pregunta pero su castigado rostro no exhibía ni una pizca de convicción. Pero entonces por el agujero de la puerta se asomó un tipo delgado, con unas gafas oscuras adheridas a sus mejillas y una cresta de rastas. Se llevó la mano a la cara y se quitó las gafas lentamente. Sus ojos se clavaron en los de Samishii y pudo sentir como la estudiaba con descaro. Esbozó una sonrisa arrogante y dijo:
-No va el navegador, ¿alguna idea, encanto?
-Suficiente como para salir de aquí. –Respondió a regañadientes mientras se acercaba al coche, dejando al tipo grande de los cortes y a Roy mirándose como si fuesen a sacarse las tripas de un momento a otro.

Discordia Sintética sabía que Jacobo no aprobaba aquello pero no le importaba. Aquella chica parecía estar muy segura de sí misma por lo que era posible que supiese lo que se hacía, prefería probar suerte con una desconocida a esperar allí a que surgiera otro psicópata a dispararles todo el plomo del mundo y arrojarle cadáveres sobre su valioso cuerpo.
La chica entró sin mirarle siquiera y se puso a observar el estropicio en el que se había convertido todo el panel de control del coche. Castigo Corporal la miraba con la boca abierta, como si no hubiera visto una mujer en su vida. Lo cierto es que era guapa, tenía un encanto peculiar en el que se entremezclaban la belleza más delicada y una fuerza y entereza poco común. Sus movimientos, los gestos en su rostro repleto de piercings y su silenciosa respiración hacían que la envolviese un aura especial que solo rodeaba a personas excepcionales. Discordía estaba convencido de saber sobre esto mejor que nadie, al fin y al cabo, para él no existía mucha gente tan excepcional como él mismo.
-¿No nos hemos visto antes verdad encanto? –preguntó como si estuvieran en un bar y nadie quisiera matarle.
-No me llames encanto –le cortó la joven japonesa apartándolo para que le dejase más espacio.
Sacó un terminal y lo conectó al navegador. Una serie de crípticos comenzaron a desfilar por la pantalla y en su frente se formó una arruga. Luego sacó un destornillador que llevaba en el cinturón y lo exhibió jugando con él tal y como hacía Castigo Corporal con las baquetas. Desmontó la pantalla del navegador en cuestión de segundos.
-¡Samishii, date prisa joder, están viniendo! –Gritó un tipo desde fuera.
«Así que se llama Samishii», pensó mientras observaba su ceñudo rostro repleto de adornos y pendientes. Parecía absorta en su tarea, como si no hubiese nada más en el mundo. Seguramente no le había reconocido, exacto, eso era. Se aclaró la garganta y se sacudió los cristales de su chaleco antes de volver a hablar pero entonces ella profirió un gruñido mientras pateaba con la suela de su bota todo el cuadro de mandos.
De dos patadas consiguió romper la pieza así que solo tuvo que hacer palanca con el destornillador y desmontó la ahora inútil pantalla y las planchas de alrededor. ¿Pero qué coño estaba haciendo esa loca? Se lo había cargado todo. ¡Ahora sí que estaban jodidos!
-¡Mierda! –Le gritó mientras gesticulaba con las manos-. ¡Estamos jodidos, jodidos de verdad!
Pero entonces el coche arrancó.
-¿Qué cojon…? –La pregunta murió en sus labios.
-He jodido todo el sistema y luego he hecho un puente. –Se apartó el pelo de la cara y lo miró directamente a la cara -. ¿Algún problema estrella del rock?
Discordia asintió satisfecho, aquella pirada de los cables le había reconocido. Aunque no parecía muy impresionada, algo era algo.
-¡Roy, vámonos pero ya! –Samishii se giró para buscar a su amigo y al gigante de la coleta del el traje ensangrentado pero volvió a tener una desagradable sorpresa.
Una chica pelirroja sujetaba con una sola mano un rifle enorme con el que apuntaba a quemarropa al grandullón del traje, que no podía hacer otra cosa que quedarse mirando con la espalda pegada al coche. Roy, por otra parte, apuntaba a la joven con su arma sin saber qué hacer. Pero la chica no les prestaba atención, miraba a Samishii directamente a los ojos. En aquella mirada había un fuego tan intenso como el rojo de su propio pelo. No parecía importarle nada. Con el brazo libre sostenía por el hombro a un joven gravemente herido y a punto de desmallarse.
-Seguro que hay sitio para dos más. –Sugirió Lenka con los ojos llorosos por la rabia.


viernes, 28 de septiembre de 2012

Cambios en el blog y noticias frescas.


¡Buenas lector!

Escribo para decir que he vuelto a "ponerme las pilas" y que pronto tendréis los últimos capítulos de esta primera parte de la historia.

Han habido modificaciones en el blog, con el fin de hacerlo más acogedor. Invito a que exploréis un poco y critiquéis u opinéis.

Por otro lado tengo que destacar la aparición de la nueva historia Engranajes de Fortuna, la cual también os invito a leer. Es una historia paralela a la principal en la que se narra las andanzas de un peculiar personaje llamado Gab Fortune que espero que adoréis, odiéis o aborrezcais. Decir que esta historia será publicada en   Archivo Cyberpunk, blog que recopila una, cada vez más grande, lista de material sobre el universo cyberpunk y que es llevado por lo que hasta ahora me parece gente apasionada y comprometida que han mostrado más que paciencia conmigo y mis Engranajes de Fortuna. También destacar que esto sirve como punto de inflexión tanto en el formato, ligeramente más formal y académico, y en la asiduidad con la que veremos la continuación de estas historias.

Solo me queda agradecer a todo el mundo que lea estas lineas, por la causa que sea que le haya llevado hasta este rincón oscuro de GoreCity y animarle a continuar con las andanzas de Samishii y los demás. Especialmente mi reconocimiento a J.J. López, autor de Post-CyberPunk, por sus constructivas criticas y valoraciones, que como él sabrá, siempre vienen muy bien.

Un saludΩ.


jueves, 27 de septiembre de 2012

Necesidades Sintéticas


En el pasillo la luz escaseaba. La penumbra, creada por los pocos neones que no estaban rotos, no hacía más que aportar más horror al pensamiento de aquel desafortunado hombre. Mirase donde mirase había una sombra que amenazaba con sacarle las entrañas; tras cada esquina, tras cada montón de basura o tras cada recoveco creado por el sinfín de tuberías y cables que cruzaban las paredes y el techo de aquel pasillo, cualquier lugar era idóneo para esconder un sangriento final. Se removió inquieto llevando cuidado de no hacer más ruido del necesario y empujó la puerta mientras apretaba los dientes, como si eso fuera a amortiguar el ruido que hacía la chapa al arrastrarse por el desnivelado suelo. Cuando la puerta quedó abierta terminando así con el agónico lamento, Gab se quedó estudiando la oscuridad que le esperaba más allá.
«Cuando sab­es que cualquier movimiento puede conducirte a la muerte es difícil saber qué decisión es la que más te conviene».
Volvió la vista hacia el pasillo y no pudo evitar fijarse en un tubo de neón que parpadeaba como si quisiera emular los estertores de un moribundo, los últimos suspiros de una vida. Volvió a pensar en la muerte y por un momento deseó que se apagase y que finalizase ya aquella absurda y cruel espera.
Resignado a la idea de morir, se adentró en el apartamento con la esperanza de que la espera acabase, pero no hubo ninguna cuchilla dirigida a su vientre, y tampoco ninguna bala que le atravesase el corazón y lo destrozase por dentro, tan solo hubo oscuridad y el silencio tan propio de aquel edificio. Silencio que se basaba en un incesante ruido de fondo compuesto por lloriqueos de bebés, gritos de peleas y chillidos aquellos desgraciados a punto de morir o demasiado drogados para proferir una palabra inteligible. Gab sabía que en aquella ciudad el silencio de verdad no existía, de hecho dudaba que él mismo supiese lo que era el silencio.
Anduvo a ciegas unos pasos y tras patear algunas cosas llegó hasta el interruptor. Cuando las luces se encendieron corrió hasta la puerta y la cerró procurando hacer el menor ruido posible. Una vez dentro del pequeño apartamento y aparentemente a salvo, su inquietud no descendió.
«¡Joder quieren matarme!», pensó Gab con el fin de justificar su creciente paranoia. Tras echar un rápido vistazo al cubículo principal que hacía las veces de salón y cocina y ver que estaba todo por el suelo fue a la pequeña habitación procurando no pensar en los calibre doce y su capacidad para convertir cualquier cabeza en una mera ensalada de hueso y carne.  Pero no encontró a ningún matón encañonándolo con una escopeta, tan solo se topó con un desorden fuera de lugar. Toda su ropa estaba por el suelo y algunas cajas que guardaba en casa estaban abiertas y con su contenido desparramado por toda la habitación. Había una nota sobre la cama.
–Rehenes –murmuró mientras temía por la vida de su novia.
Pero cuando leyó la nota, repasando cada curva de aquella caligrafía dulce y cruel, se sintió ridículo por haberse preocupado y decepcionado por no haber acertado.

Gab, no puedo seguir con esto. Necesito a un hombre que aspire a algo más que robar mercancía defectuosa y perder apuestas. Quiero vivir Gab, quiero pasión, drogas y glamour y tú eso no me lo puedes dar. No eres más que un mierda. Por favor, no me llames.
Sophia

Tras repasar durante unos segundos aquel papel blanco y afilado, lo dejó de nuevo sobre la cama donde hacía tan solo un día había disfrutado de la tersa piel de Sophia. Mientras luchaba contra los recuerdos de aquel cuerpo bañado en sudor y aquellas manos hábiles y juguetonas fue hacia el baño. En esta ocasión ni siquiera apretó los dientes preparándose para un disparo de algún sicario escondido. Sus botas resonaron en el suelo metálico con un sonido grave y pesado como banda sonora de los oscuros pensamientos que poblaban su mente. Quiso lavarse la cara pero al accionar el grifo no calló ni una sola gota de agua. ¿Era posible que le hubiesen cortado el agua? No recordaba qué día era pero lo que sí recordaba era que debía cuatro meses de facturas.
Al alzar la vista con un gesto de aburrimiento se dio cuenta de que todo no eran malas noticias, al menos para él. En la pantalla que tenía delante se podía ver cómo unos bomberos intentaban apagar un fuego. Seguía conectado a la red, algo era algo a fin de cuentas, pero era cuestión de tiempo que le cortasen eso también. En los lados había anuncios de potenciadores sexuales pero no les hizo caso, con lentitud alzó la mano para ampliar lo que le interesaba.  Estaban retrasmitiendo las noticias, hacía semanas que aquella pantalla se había roto y no emitía sonido alguno pero no le costó mucho saber que era lo que estaba pasando. Según leyó en el titular, una empresa química había explotado en el distrito nueve ocasionando un incendio. Había un total de cuarenta y tres muertos y una veintena de desaparecidos. La mueca de aburrimiento en la cara de Gab se acentuó mucho más mientras pensaba en aquellos desgraciados que ya no tendrían que esperar a que alguien los matase. Suspiró y con un gesto con los dedos desplazó las noticias activando el modo espejo. En seguida se arrepintió, lo que vio no fue para nada de su agrado.
Frente a él, mirándolo con desprecio, estaba el reflejo de un hombre de piel blanca y expresión cansada y aburrida. Sus naturales ojos grises y sus facciones marcadas dejaban entrever un ligero atractivo pero su descuidada barba de tres días, las dos cicatrices de su mejilla derecha, su labio partido y el reciente moratón en su ojo derecho mostraban a un sufrido veterano de las calles de GoreCity, “la gran ciudad”, o “la ciudad del dolor” como le gustaba llamarla. Examinó sus heridas buscando alguna respuesta de aquel circo en el que se encontraba.
–Yo no robo mercancía defectuosa maldita zorra… solo la vendo. –Le dijo a su propio reflejo mientras se quitaba los guantes de cuero y los tiraba al suelo.
Se volvió con paso vacilante y se dirigió al salón. Una vez allí se quitó también la gabardina y las desgastadas botas, que las tiró hacia cualquier parte, como si no fuera a necesitarlas nunca más. Pasó entre cajas, ropa y herramientas haciendo caso omiso del desorden. No se molestó en ordenar nada, tan solo se apresuró a llegar al pequeño frigorífico. Por suerte su ahora ex-novia le había dejado bebida. Cogió una lata de trans y se sentó en el sofá. Tras un largo trago la dejó a un lado y se desabrochó las cinchas de su chaleco. Cuando se lo quitó sintió un dolor tan fuerte que tuvo que retorcerse en aquel sucio y deteriorado sofá. Una vez la oleada de dolor quedó reducida a un pequeño y constante sufrimiento, se examinó el torso. Tenía una costilla rota, por lo menos una. Arrojó el chaleco por el suelo y recuperó su lata. Bebió con tanta ansia que al menos una docena de gotas le cayeron por la barbilla y el cuello, compitiendo todas ellas en una carrera por llegar al pecho.
Oyó una rítmica melodía. En un principio se asustó pero luego cayó en la cuenta de que se trataba de su móvil, que debía estar en el bolsillo de la gabardina. La canción era la de unos anuncios de un sucedáneo que vendían cuando él era pequeño, cuando se había tenido que ganar una reputación a puñetazos en un mísero centro para hijos de trabajadores de nivel C. Recordó las palizas pero también el delicioso sabor de aquel cancerígeno sucedáneo y se entristeció. Pensó en lo fácil y maravilloso que había resultado su infancia comparada con aquella vida adulta que ahora se acercaba a su fin. El móvil siguió sonando. No hizo nada, tan solo se quedó allí mirando al techo con la canción resonando en el interior de su mente. Observó las tuberías del techo y los cientos de gruesos cables que lo cruzaban de una pared a otra. Ciertamente se encontraba deprimido, y no por que Sophia lo hubiese dejado sino porque iba a morir en cuestión de unas horas y no creía posible perder antes el conocimiento con las trans que le quedaban en el frigorífico. Se hubiera tirado por la ventana si aquel apartamento hubiese tenido una, pero no la tenía. Los apartamentos que daban al exterior y por encima del nivel del suelo eran más caros, formaban parte de esa lista interminable de caprichos que no podría permitirse nunca, una lista que Gab siempre había guardado en su mente.
Hacía tan solo unas horas había tenido a su alcance cien mil eurodólares y por un momento se había dejado llevar por la fantasía de que todo saldría bien. Caer en aquellas estúpidas fantasías era un error que en GoreCity te conducía a una muerte casi segura. Pensar en ello le provocó náuseas. Lo peor era la sensación, autoimpuesta por su experiencia en las calles, de que debía considerarse afortunado por haber conseguido llegar vivo hasta su casa.
–Gab Fortune –dijo su apodo al aire con el fin de que sonase menos ridículo.
Así lo llamaba la gente, “Gab Fortune”, como si fuera el tipo más afortunado de todo el maldito distrito siete. Lo cierto era que no había tenido suerte en toda su vida.
El teléfono volvió a sonar. Ni siquiera recordaba que hubiese dejado de hacerlo. ¿Era posible que unos apresurados tragos de trans lo estuvieran emborrachando? Nunca se había considerado un gran bebedor pero aquello lo creía imposible. Lo que pasaba era que sabía que iban a matarlo y que ni siquiera iba a mover un dedo para evitarlo. Irían a por él y le pegarían dos tiros y ese pensamiento lo adormecía, como si la seguridad de la muerte tranquilizara tanto como un cubo de serotonina.
Todo había sido culpa de Palabras. Ese maldito chico lo había convencido para que dieran aquel golpe. “Dinero fácil”, había dicho como la cosa más normal del mundo y Gab había terminado accediendo. Cada vez que pensaba en el maldito joven, más tonto se sentía por haber creído que podría salir bien. Había sido víctima de una ingenuidad muy poco común en él pero no podía olvidar que su situación era desesperada, pronto estaría en la calle y allí había mucha gente a la que le debía más dinero aún, así que había decidido jugar al juego de Palabras, y había perdido.
El plan era sencillo.  A sus oídos había llegado el rumor de cierto cargamento de chips sin clasificar de un almacén en el barrio del Zinc. Palabras había acordado el precio con Frank mediaboca, que no era otro que el dueño de la mitad del distrito siete. Controlaba prácticamente todo el negocio de la sintecoca y el nuevo y adictivo cortex, además de poseer más de ocho clubs. Si alguien ganaba dinero con luchas a muerte, allí estaba Frank, si alguien vendía su coño, allí estaba Frank. Y más valía no estar en su contra; Gab sabía muy bien que si ese psicópata había levantado un imperio, no era por ser precisamente amable. Tenía la maniática manía de obligar a sus enemigos a contagiarse de la comecarne, la bacteria que había perfeccionado el ejército años atrás y que ahora la usaban los delincuentes para influir el terror en las calles. Podía hacer que un hombre se descompusiese en cuestión de una hora entre gritos de dolor y un charco pegajoso de carne y sangre. Al pensar en ello, Gab se apresuró a terminar su trans. Quizá sí pudiese emborracharse para cuando fueran a por él.
Había sido el robo más fácil de su vida, Héctor había reducido al guarda de seguridad y luego Palabras y él habían cargado el camión. Tan fácil que había parecido una broma. Todo había ido bien hasta el momento de la entrega. Los hombres de Frank estaban en el canal, bajo el puente de la sexta avenida, a la hora indicada y el pago se hizo sin ningún problema. Pero cuando examinaron las cajas se encontraron con que estaban vacías. ¡Vacías! ¿Cómo era posible que nadie hubiese revisado el cargamento?
Lo que había pasado a continuación era fácil de predecir: los ánimos se habían caldeado y la gente había comenzado a desenfundar sus armas. Nadie quería ser víctima de la comecarne de Frank así que los nervios se habían antepuesto al sentido común y Héctor había terminado apretando el gatillo desatando un infierno. El mercenario no era de los que pensaban, eso era algo de lo que solía encargarse él.
Recordaba la huída, haber salido del canal casi a gatas y la carrera desesperada por los callejones del barrio del Zinc. Había perdido de vista a Palabras pero Héctor había corrido junto a él por lo menos un kilómetro, escupiendo maldiciones y disparando a sus perseguidores cada cierto tiempo. En cierto modo había pensado que aun tenía solución, los chicos de Frank se darían la vuelta y se quedarían con su dinero y sus cajas vacías. Otra estúpida fantasía muy impropia de la realidad. No se había sentido tan mareado en su vida hasta el momento en que se dio cuenta de que el mercenario llevaba la bolsa con el dinero. Cien mil eurodólares. Calló entonces en la cuenta de que le acababan de robar a Frank mediaboca cien mil eurodólares, los matarían por eso. No recordaba lo que le había gritado, ni qué le había dicho a Hector en mitad de un ataque de pánico pero lo que sí recordaba era el puñetazo en el estomago que le había dado aquel indeseable con su mano artificial. «Casi me saca el corazón por la boca» Cuando se repuso, Héctor había desaparecido y como los hombres de Frank aún le buscaban había decidido escabullirse, correr hasta su casa con la absurda idea de salir airoso de allí.
Maldijo a su socio hasta que le dolió la cabeza. Decidió tomarse otra trans y concentrarse en pensar que de todas formas ahora ya daba igual, dentro de poco estaría muerto, tal y como esperaba que estuviese también Héctor.
Alguien golpeó la puerta con tanta fuerza que resonó en toda la estancia y acalló los lamentos que resonaban en el interior de la mente de Gab Fortune. Se quedó de pie, petrificado, a punto de echar un trago y a la espera de que fueran imaginaciones suyas. Pero los golpes volvieron más persistentes y más fuertes.
Intentó hacerse la idea de que su vida tocaba a su fin. Se situó frente a la puerta y esperó. Le hubiera gustado llevar algo puesto a parte de los pantalones pero no quería moverse por si decidían tirar la puerta abajo y le pillaban poniéndose las botas. Ya podía imaginarse lo que dirían en el barrio: “El afortunado Gab Fortune acribillado como un cerdo mientras se calzaba las botas”, a lo que contestaría otro, “tuvo suerte, aun con esas consiguió ponerse una de las botas”. Al pensar en ello le entró una arcada, pero luchó por no vomitar y más aún por no imaginar lo que dirían si lo mataban rodeado de su propio vomito.
–Encontrarían la manera de que tuviera que estar agradecido. –murmuró con desdén.
–¿Gabriel, estás ahí? Abre la puerta, vamos.
Al reconocer aquella irritante voz casi deseo que hubiera sido un sicario.

–Si llego a saber que me recibirías así, me hubiese puesto algo más provocativo.
Palabras tenía muchas cosas malas: como sus constantes bromas, su manía de moverse de aquí para allá y tocarlo todo, la cualidad de ignorar las amenazas y peligros, su irritante costumbre de desenfundar el cañón de balas de nueve milímetros que tenía oculto en la muñeca bajo un compartimento de piel artificial… pero sin duda lo que más odiaba Gab, lo que no soportaba por encima de casi cualquier cosa, era que no paraba de hablar. Siempre estaba hablando.
–No estoy para tus putas bromas. –Le espetó Gab mientras se terminaba la lata y gruñía al rozarse los cortes de la cara–. ¿Por qué no te vas a morir a otro lado? Cuando encuentren nuestros cuerpos no quiero que piensen que éramos amigos.
Pero Palabras no le hizo caso. Se limitó a reírse y moverse lentamente con su delgado cuerpo de un lado a otro de la habitación. Vestía como un vagabundo, demasiado mal y demasiado excéntrico. Gab siempre le echaba la culpa de su extraño comportamiento a su infancia de mierda y a su adicción a la sombraverde, la que posiblemente era la droga más dura que existía. Él aseguraba no estar enganchado, como todos los yonkis. Si, era un yonki y un tirado pero lo sabía todo sobre el barrio verde y el distrito siete, y sabía moverse por las calles como una rata escurridiza.
–Vale, vale. –Se relajó y se apoyó en la pared mientras dejaba que el pelo le ocultase la mitad de la cara–. Hay una cosa que no entiendo, si conseguiste escapar sin que te atraparan y dices que Hector solo te golpeó una vez. ¿Quién te ha dado esa paliza?
–Bueno… –dudó por unos segundos mientras el dolor de las cicatrices volvía a la carga–. La cosa es que estaba llegando a casa cuando me encontré con Silvereyes y los suyos y por más que traté de explicarles que no era un buen momento, no les importó recordarme que les debo quinientos pavos.
Palabras se rió como si no hubiera ningún chiste mejor. Él siempre decía que no debía apostar, que tenía demasiada mala suerte. Quizá fuera ese el motivo por el que Gab Fortune le tuviese cierta estima.
–Bueno, escúchame, tengo una idea que va a salvarnos.
–Déjame en paz Palabras. No quiero escuchar tus ideas de mierda. Es por una de tus ideas por las que estamos ahora así.
Pero Palabras siguió hablando como Gab sabía que haría. Le daba igual, dentro de poco entraría alguien y los mataría y por fin acabaría aquella agonía.
–Hector nos ha jodido, se ha ido con el dinero y no creo que le encontremos –y tenía razón, el mercenario estaría ya en la otra punta de la ciudad ocultándose en alguna cloaca–. Lo que nos deja una deuda con Frank de cien mil eurodólares.
–¡Dinero que no tenemos porque Hector, tu gran hombre de confianza, se ha largado con él, hijo de puta!
–Admito que me equivoqué con Hector pero aún tenemos una posibilidad de enmendar nuestro error. Podemos dar un último golpe, podemos dar “el golpe”.
Los ojos de Gab se abrieron como platos al entender finalmente a lo que se refería su compañero. Estaba a punto de hablar pero se calló, no merecía la pena.
–Frank sabe que no nos iremos –Comenzó a decir Palabras mientras se acercaba a Gab­–, fuera de este distrito no valemos nada así que ya podemos darnos por muertos. Pero si le ofrecemos la oportunidad de recuperar su dinero, con intereses, puede que nos deje intentarlo. Lo único que puede pasar es que nos maten y eso es algo que él ya hará si nos quedamos aquí de brazos cruzados.
El instinto de supervivencia de Gab sabía detectar una mala idea desde lejos y aquella era una muy mala idea pero por un momento se olvidó de ello y se quedó mirando a su alrededor. Pasó la vista por todas aquellas cosas inútiles que había por el suelo, y por aquellos focos que pronto serían inútiles porque le cortaría la luz.
–Piensa en Sophia…
–Sophia me ha dejado
–Vaya –dijo Palabras intentando mostrar algún tipo de sentimiento que no tenía–. Lamento oír eso amigo mío, era una buena chica y creo que le caía bastante bien.
–Eso es mentira, te odiaba y detestaba que vinieses por aquí.
–Un motivo más para no morir entonces. Demostrémosle a esa zorra que se ha equivocado al dejar al gran Gabriel Fortune.
Gab sabía que su compañero solo quería manipularlo para que accediese pero no podía negar que tenia parte de razón. Nunca le había importado una mierda a nadie y no esperaba que eso cambiase, pero sí estaría bien hacerle ver a todos lo equivocados que estaban.
Miró a aquel delgado ser que decía ser su amigo. Se le ocurrió que podría matarlo a golpes en unos segundos y esperar en silencio a que fueran a por él. Y aunque no le faltaban ganas de matarlo también reconsideró su oferta.
¿De verdad quería morir? No, no quería morir y lo peor era que la única opción que le quedaba era la de seguir jugando al juego de Palabras. «Pero hay cosas mucho peores que la muerte» pensó a la vez que se levantaba y se alejaba del yonki. Cogió otra trans y meditó durante unos segundos. Un tiempo que Palabras aprovechó para canturrear con los labios. Odiaba que hiciese eso. «Saldrá mal, pero tengo que intentarlo. Joder, no quiero morir.»
–Está bien, suponiendo que accedo a alargar mi vida para que tu otra idea nos mate, ¿cómo piensas dar “el golpe”? Nos falta como mínimo otro hombre, ya sabes, un mercenario.
Y era cierto, sin Hector habían perdido el factor fuerza en aquella ecuación. Sin aquel desgraciado no podrían llevar a cabo algo así y dudaba que encontraran a alguien que quisiera hacerlo. La mayoría de los matones que se prestaban a esa clase de trabajos eran estúpidos adictos a la sangre pero no eran suicidas. Gab estuvo a punto de volver a sumirse en su propia pesadilla pesimista pero Palabras volvió a hablar.
–Podemos llamar a… ya sabes, a él. –acompañó su frase echándose la mano al cuello y simulando que moría ahogado.
–De todas las ideas que has tenido esa es la peor con diferencia, prefiero morirme a que le llames. No saldría bien, no con él. Es demasiado inestable, demasiado…
–Hay que saber perdonar Gab…
–Es un psicópata. Nos matarán.
–Ya estamos muertos.
Ante la elocuencia de Palabras, el ladrón no pudo más que caer en la cuenta de que no podían hacer otra cosa. Aquel plan le daba mala espina, como casi todo. Pegó un largo trago y se acabó la lata.
–Está bien, llámale. Pero acuérdate de este momento cuando el infierno se desate y la gente muera. No saldremos vivos de esta, es imposible que salga bien.
–Esto es GoreCity amigo mío, cualquier cosa es posible, hasta lo imposible.



miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capítulo 10: Intersección de cromo I


El hedor a humedad y a heces de pequeños roedores embriagaba la estancia como la noche lo hacía sobre aquella condenada ciudad. Solo un ligero olor a sangre perturbaba la monotonía del oscuro lugar. Sangre que no hacía más que recordar a todos los presentes lo cerca que habían estado algunos de morir esa noche y la mala suerte que habían tenido otros. Unos débiles rayos de luz artificial cruzaban unas ventanas demasiado pequeñas y a demasiada altura del suelo como para ser útiles. Las sombras se proyectaban entrelazándose con la oscuridad en sí misma, haciendo que el pequeño repertorio de cajas y estanterías pareciese un laberinto insondable y amenazador.

Para Samishii no podía haber nada peor que aquello; encerrada con tanta gente desconocida en un lugar como aquel era el ingrediente principal de lo que ella calificaría como una pesadilla. Pero la situación lo había querido así y se decía a sí misma que no podría haber sido de otra forma, que al menos estaba viva. Bueno, ambos lo estaban. Roy seguía ahí, descansaba a unos pocos metros de ella todavía con la pistola entre sus fuertes manos. La ingeniera sabía que en menos de un segundo podría despertar del sueño más profundo y hacer un blanco perfecto a menos de cincuenta metros. Y no es porque confiara en la excelente habilidad como tirador del pandillero, sino porque sabía que el sistema de arma inteligente que conectaba la pistola a su sistema nervioso por medio de unos pequeños cables era infalible. Lo había diseñado ella.

Se divirtió con la idea de mejorar el diseño y por un momento olvidó los disparos, la sangre y todo aquel circo de extraños de los que había tenido que rodearse. Por un momento se imaginó en su taller; su pequeño escondite; trabajando bajo una luz tenue con tan solo el sonido del soldador y la respiración de su perro como música de ambiente.

 Pero entonces recordó que la estaban buscando y que su escondite ya no era seguro, lo que provocó que la inseguridad se acrecentara. Solo podía esperar a que Bite, su contacto hacker, hubiese dado con alguna información que la ayudase a esclarecer todo aquello. Sacó del bolsillo de su gabardina la tarjeta que le habían dado unos días atrás: estudió la superficie cromada y dejó caer su atención en las iniciales que aparecían perforadas en ella, S.H.A. Mientras su mirada se perdía en aquella tarjeta, acudió a su mente la imagen de los dos tipos que habían contratado sus servicios hacía apenas unos días.

Intuía que aquel trabajo tenía algo que ver con todo aquello, no había vuelto a saber nada a pesar de que le habían asegurado que para terminar el trabajo tendría que completar dos diseños más. También cabía la posibilidad de que aquellos hombres que habían ido a su casa la buscaban por algún otro motivo, por algún encargo antiguo. Samishii era consciente que en su trabajo había tenido que lidiar con gente muy peligrosa y que no siempre había actuado según las leyes pero la joven japonesa tenía la certeza de haber actuado por encima de todo con la máxima prudencia y discreción. ¿Se la habían jugado? En caso de ser así, ¿Quién? Le costaba creer que hubiese sido Malcolm, aquel entrometido que hacía las veces de agente personal carecía, aparentemente, de un motivo.

Al recordar a la descarada sanguijuela de Mal, presintió que no se equivocaba al pensar que el trabajo de S.H.A tenía algo que ver con que la estuviesen buscando. Malcolm tendría que explicarle todo lo que supiese al respecto cuando acabase la maldita noche, si es que acababa.

Se dio cuenta entonces de que por primera vez en mucho tiempo su suerte dependía de alguien que no fuese ella misma. Se repetía una y otra vez que había sido una estúpida por no haber visto el peligro venir, por haber dejado que la situación acabase así. No soportaba no tener el control de su vida. Apretó los puños con fuerza y se esforzó por controlar su temperamento. Debía conservar la calma para buscar una solución a los nuevos problemas que tenía y que iban sumándose a la lista.

Unos sollozos la sacaron de sus pensamientos e instintivamente  echó mano al arma. Mostró su enfado en una mueca al recordar que estaba descargada pero se tranquilizó al ver que no se trataba de una amenaza. Alguien se estaba muriendo. ¿Cómo habían llegado a esto?

***

El disparo le pareció más estridente de lo normal. El sonido del arma silenció los gritos de la calle cercana y del local que dejaban atrás. El cantante se tiró al suelo por puro instinto, arrastrando al batería consigo. Él se había dado por muerto ya, pero no pudo evitar el gesto desesperado de salvarse.

Enseguida se dio cuenta de que había un intercambio de disparos y que le era imposible saber quien disparaba. Abrió los ojos con la certeza de que vería sus entrañas por el suelo pero al verse entero alzó la vista en busca de quien debía haberlo matado. La chica pelirroja había desaparecido.

Se olvidó de los disparos por un momento he intentó darse la vuelta para ver qué diablos pasaba pero antes de que pudiese darse cuenta de su error más de cien kilos cayeron sobre él.

Exhaló un alarido que no disminuyó cuando se dio cuenta de que el individuo que le había caído encima era uno de sus guardaespaldas. Un disparo le había volado parte de la cara dejando ver una masa pulposa de carne, astillas de hueso y lo que debía de ser una mandíbula sintética de platino.

Sorprendido y fascinado por la brutalidad de la situación y por el hecho de seguir con vida, aparentemente, se quitó de encima el cadáver de aquel tipo del que no recordaba su nombre. ¿Cuántos cuerpos tendrían que caer sobre él esa noche? Le costó horrores moverlo pero no prestó casi atención a lo que hacía pues a su lado, el jefe de seguridad, Jacob, descargaba todo el cargador de su pesada y enorme pistola. El cantante si limitó a observar a través de los oscuros cristales de sus gafas al gigante que en breves moriría por estar ahí de pie. Y como respuesta a las expectativas de Discordia, una bala fue a parar al pecho de Jacob, que tan solo profirió un gruñido. Pero hacía falta más de una bala para acabar con aquel veterano de las guerras centroamericanas. A Discordia Sintética no le cabía duda de que bajo el traje, el guardaespaldas iba forrado de kevlar, o incluso de un recubrimiento subcutáneo de grafeno.

No obstante tampoco era un miembro de las brigadas especiales P.K.C (encargadas de los asesinos y psicópatas con fisiología cibernética) por lo que cuando cinco disparos le perforaron el hombro, la mano derecha, el muslo y la rodilla izquierda profirió un grito de furia asesina y descargó su última bala antes de caerse de rodillas con un golpe sordo.

El cantante no daba crédito a sus ojos, al principio calló en la terrible certeza de que si aquel tipo encargado de protegerles moría, poco podría hacer él contra las múltiples amenazas a las que estaban expuestos en ese momento, pero aun había esperanza. Aquel cabrón seguía vivo, y  aun respirando con dificultad, luchó por incorporarse de nuevo.

Discordia se dio cuenta de que los disparos habían cesado y cuando alzó la vista hacia su izquierda vio a aquellos hombres que les habían estado apuntando tumbados en el suelo como si jamás hubiesen estado en pie. Los últimos disparos del guardaespaldas los había matado, sin duda alguna.

Todo parecía haber acabado, pero al poco uno de ellos comenzó a moverse y levantarse.

-¡Mierda! –escupió Jacob junto con una decena de gotas de sangre mientras apuntaba y apretaba el gatillo.

Pero no sonó el ensordecedor sonido del disparo esperado. Se había quedado sin balas. El cantante no pudo más que observar desde su patética posición como aquel individuo se tambaleaba con una mano en el abdomen chorreando sangre por una decena de heridas y se agachaba para recoger su arma del suelo. Maldijo todos los avances de la ciencia y la nanotecnología por ser capaz de alargar la existencia de seres tan peligrosos como aquellos.

El rockero se apresuró a alcanzar el arma del guardaespaldas caído. Estaba seguro de poder matar a aquel tipo antes de que lograse recoger el arma, más le valía, pero de pronto una chica pasó entre Jacob y él (y por encima de Castigo Corporal) a toda velocidad. Su cabello rojo, su delgado cuerpo y el gran rifle con el que cargaba fue lo poco que pudo ver antes de que cruzara los cinco metros que los separaban del agonizante hombre. Jacob, sobresaltado y enfurecido por haberlo pillado desprevenido intentó dispararle también, pero tras apretar el gatillo varias veces recordó que no tenía munición.

Lenka podría haber disparado y barrer a toda esa gente con una descarga de su rifle de asalto pero el instinto de supervivencia agudizado desde niña le dijo que una bala perdida podría acabar matándola así que corrió hacia su derecha arrojándose detrás de un coche negro de grandes dimensiones aparcado a unos pocos metros de distancia. El tiroteo comenzó al instante de empezar a moverse y tan solo su velocidad, y que el coche parase algunos de los proyectiles que dirigieron contra ella, hicieron que saliese ilesa.

Al cabo de unos segundos los disparos cesaron y sin pensárselo dos veces la mecánica asomó la cabeza. Los extraños individuos que habían aparecido de golpe se encontraban por el suelo, posiblemente muertos, salvo uno que estaba de rodillas y luchaba por ponerse de pie. Unos metros más allá estaban aquellos desgraciados que habían estado golpeando a Tuerca.

El intercambio de plomo había durado apenas unos segundos y a tan poca distancia sería una proeza que alguien más, aparte del grandullón que estaba de rodillas, hubiese sobrevivido. Sabía que lo seguro era rematarlos y asegurarse, pero prefería no tener que hacer tal cosa. Steel siempre criticaba su exceso de escrúpulos y compasión a la hora de matar achacando tal falta a su inmadurez. Lenka sabía que los miembros de su clan jamás lo entenderían, estaban demasiado acostumbrados a la muerte. No es que hubiese jurado no matar a nadie jamás, era solo que prefería que el hecho de quitar una vida fuese siempre la última opción.

La idea de que Tuerca necesitaba su ayuda le golpeó la mente en el instante en que vio levantarse a uno de aquellos matones.

Sin pensar siquiera en su vida y ahuyentando el miedo de su interior, salió corriendo de su escondite con el rifle en sus manos y se dirigió hacia él. Pasó junto a aquella gente que había aparecido de improviso y pudo comprobar que al menos uno de los que había dado por muerto, seguía con vida. Ese tipo de la cresta y las gafas sexys que le recordaba al cantante del concierto que acababa de ver fue el único que se dio cuenta de su presencia.

En menos de un segundo llegó junto al matón, justo en el instante en el que empuñaba su pistola y la levantaba para disparar. Gracias a un instinto entrenado en los mares tóxicos del sur y los desiertos estériles repletos de asesinos y caníbales, la joven mecánica puso un pie sobre la rodilla del matón, y aprovechando la velocidad que llevaba, se impulsó hacia arriba. La cara del hombre reflejó sorpresa y terror cuando Lenka le golpeó con la culata del rifle. Puso toda la fuerza de sus brazos en aquel golpe. Un abanico de sangre y dientes salió despedido hacia la derecha con un giro de cabeza tan rápido que era posible que le hubiese partido el cuello. El cuerpo inerte del tipo calló hacia atrás seguido del de Lenka.

Ni siquiera se fijó en si había matado o no, aunque confiaba en que no fuese así, y menos atención le mostró a los que había dejado atrás. Su principal prioridad era aquel delgado hombre de pelo verde, que yacía apoyado contra la pared con una mano en el estomago y la camiseta llena de sangre.

-Tuerca…

Se acercó a él dejando a un lado el rifle y esperando que su amigo no estuviese muerto. De ella había sido la idea de perderse en GoreCity, si su amigo moría no se lo perdonaría. Y quién sabe lo que la esperaría a su regreso al campamento. Mientras los ojos se le llenaban de lágrimas evitó pensar en Steel y en su temperamento explosivo. Casi rompe a llorar al oír un gemido de los labios de su amigo. ¡Estaba vivo!

-¡Joder! ¿Has visto eso? –Gritó Discordia Sintética más para sí mismo que para el resto.

Estaba impresionado por la rápida actuación de aquella joven y lo bien que había empleado su agresividad para resolver todo aquello. Hasta le había parecido ver que era bastante guapa. En seguida, y sin apenas quererlo, le vino a la mente una idea para una canción que trataba sobre la desconocida. Los acordes comenzaron a sonar en su cabeza, pero poco duraron ya que Jacob lo sacó de aquel paraíso de composición al que lo catapultaban siempre las escenas violentas.

-¡Joder, malditos hijos de puta! –Profirió el guardaespaldas mientras arrojaba su arma descargada al suelo y andaba cojeando unos pasos hasta el cantante–. Rápido, tenemos que salir de aquí, ya.

 Mientras cogía la pistola de su compañero muerto y ayudaba con esfuerzo a Discordia a levantarse no hizo más que mirar hacia los lados y maldecir por lo bajo. El rockero, aun fascinado por la acción de aquella chica que ahora se encontraba arrodillada junto a otro hombre, observó al guardaespaldas. Le manaba sangre de al menos cuatro heridas. Tenía el traje destrozado, caminaba con dificultad y tenía la mano derecha destroza; había perdido como mínimo dos dedos.

-Tíos, no me puedo creer que estemos vivos… -dijo el batería que había permanecido todo el tiroteo sin levantar la cabeza del asfalto ni un solo milímetro.

Discordía observó a Castigo Corporal mientras el guardaespaldas golpeaba a éste con el pie instándolo a que se pusiera en pie. Los microleds subcutáneos de los brazos del batería centelleaban intermitentemente de un color naranja apagado. En su mirada podía leerse una mezcla de miedo y perplejidad ante todo lo que estaba pasando.

Jacob estudió la situación y fijó su atención en la chica. Solo le quedaba un cargador pero matarla solo le costaría una bala, pensó mientras valoraba la situación.

Como si pudiese leerle la mente, Discordia Sintética lo agarró del antebrazo y le propuso con un gesto que se marcharan. No era porque aborreciera las muertes innecesarias; donde había crecido él, las muertes de ese tipo eran tan normales como los cables pelados; pero tenían cosas más importantes que hacer y además aquella pelirroja lo había impresionado de sobremanera, no le parecía que supusiese una amenaza, al menos no para ellos.

Olvidándose de la joven, los tres hombres se apresuraron a llegar al 4x4. La calle, aunque ancha, era completamente secundaria y la iluminación más próxima solo provenía de unos tubos de neón ubicados sobre la puerta de la que acaban de salir, por lo que no pudieron ver el desastre hasta que estuvieron a un par de metros del vehículo. Al menos media docena de balas habían impactado sobre él. Rompiendo la luna delantera, el retrovisor izquierdo y dejando profundos agujeros en el capó y la puerta.

Jacobo maldijo una vez más cuando al abrir la puerta un cuerpo cayó al suelo como si se tratara de un fardo de desperdicios. El chofer había estado esperando dentro del coche a que terminase el concierto y una bala perdida lo había matado antes incluso de darse cuenta de qué estaba pasando ahí fuera. Vaya una forma más patética de morir, pensó el cantante. Así era GoreCity, no perdonaba que te encontrases en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Encogiéndose de hombros lo hicieron a un lado y subieron al coche; Jacob al volante y el cantante de copiloto. Éste último soltó un suspiro de alivio y volvió a dejar caer sus ojos en aquella pelirroja que estaba agachada delante de ellos, al otro lado de la acera. Aspiró con fuerza esperando a que el coche arrancara y aquella pesadilla terminase cuanto antes pero en el instante en el que parecía que iban a dejar a tras los gritos que aun se dejaban oír desde la parte delantera del Laser del Infierno, la ventana del conductor reventó en mil pedazos. Un estruendo propio de una ametralladora, seguido de una docena de golpes sordos contra el chasis del coche les indicó lo más obvio. Sus problemas aun no habían terminado. Permanecieron agachados mientras una lluvia de cristales caía sobre ellos. O uno de los tiradores había sobrevivido y les había seguido a través del backstage para terminar el trabajo o la chica pelirroja había decidido usar su arma.

-¡Arranca de una puta vez y vámonos cagando ostias! –gritó el cantante que al cogerse la cabeza con las manos rozó con los dedos el lóbulo de su oreja y puso en marcha el sistema de música que llevaba implantado en su oído.

Una canción estridente de un antiguo grupo llamado TechnoCadaver now golpeó su mente. Por un momento el sonido repetitivo del bombo y los gritos encolerizados del cantante se entrelazaron con los sonidos de los disparos y los chillidos de Castigo Corporal que se encontraba en uno de los asientos de atrás gritando como un cerdo. Incluso en ese momento, Discordia Sintética tuvo que admitir que aquel era uno de los mejores instantes de toda su vida. Dudaba que hubiese nada mejor que escuchar aquella perfecta combinación que le rebelaban que esa canción jamás había estado completa y que había permanecido como la mitad de un todo hasta aquel instante.  El cantante saboreó la nueva sinfonía y se juró que no volvería a escuchar la canción original nunca más, pues no sería más que una parodia comparada con aquella obra de arte. Era un privilegiado y el placer que sentía alcanzó cotas más altas cuando calló en la cuenta de que sería el único dueño de esa perfecta simbiosis, el único.

El guardaespaldas, ajeno al clímax al que estaba llegando el excéntrico cantante, se apresuró encorvado todo cuanto podía, a bajar la pequeña palanca de arranque. No pasó nada. Después de unos angustiosos segundos lo intentó un par de veces más y tras encender el navegador, vio en la pantalla una serie de números y glifos que poco tenían que ver con lo que aparecía normalmente. Alguna bala debía de haber averiado el sistema de arranque o el de navegación del coche.

No podían arrancar, luego no podían irse.

Estaban jodidos.