El hedor a humedad y a heces de pequeños roedores embriagaba
la estancia como la noche lo hacía sobre aquella condenada ciudad. Solo un
ligero olor a sangre perturbaba la monotonía del oscuro lugar. Sangre que no
hacía más que recordar a todos los presentes lo cerca que habían estado algunos
de morir esa noche y la mala suerte que habían tenido otros. Unos débiles rayos
de luz artificial cruzaban unas ventanas demasiado pequeñas y a demasiada
altura del suelo como para ser útiles. Las sombras se proyectaban
entrelazándose con la oscuridad en sí misma, haciendo que el pequeño repertorio
de cajas y estanterías pareciese un laberinto insondable y amenazador.
Para Samishii no podía haber nada peor que aquello; encerrada
con tanta gente desconocida en un lugar como aquel era el ingrediente principal
de lo que ella calificaría como una pesadilla. Pero la situación lo había
querido así y se decía a sí misma que no podría haber sido de otra forma, que
al menos estaba viva. Bueno, ambos lo estaban. Roy seguía ahí, descansaba a
unos pocos metros de ella todavía con la pistola entre sus fuertes manos. La
ingeniera sabía que en menos de un segundo podría despertar del sueño más
profundo y hacer un blanco perfecto a menos de cincuenta metros. Y no es porque
confiara en la excelente habilidad como tirador del pandillero, sino porque
sabía que el sistema de arma inteligente
que conectaba la pistola a su sistema nervioso por medio de unos pequeños
cables era infalible. Lo había diseñado ella.
Se divirtió con la idea de mejorar el diseño y por un
momento olvidó los disparos, la sangre y todo aquel circo de extraños de los que
había tenido que rodearse. Por un momento se imaginó en su taller; su pequeño
escondite; trabajando bajo una luz tenue con tan solo el sonido del soldador y
la respiración de su perro como música de ambiente.
Pero entonces recordó
que la estaban buscando y que su escondite ya no era seguro, lo que provocó que
la inseguridad se acrecentara. Solo podía esperar a que Bite, su contacto hacker, hubiese dado con alguna
información que la ayudase a esclarecer todo aquello. Sacó del bolsillo de su
gabardina la tarjeta que le habían dado unos días atrás: estudió la superficie
cromada y dejó caer su atención en las iniciales que aparecían perforadas en ella,
S.H.A. Mientras su mirada se perdía en aquella tarjeta, acudió a su mente la
imagen de los dos tipos que habían contratado sus servicios hacía apenas unos
días.
Intuía que aquel trabajo tenía algo que ver con todo aquello,
no había vuelto a saber nada a pesar de que le habían asegurado que para
terminar el trabajo tendría que completar dos diseños más. También cabía la
posibilidad de que aquellos hombres que habían ido a su casa la buscaban por
algún otro motivo, por algún encargo antiguo. Samishii era consciente que en su
trabajo había tenido que lidiar con gente muy peligrosa y que no siempre había
actuado según las leyes pero la joven japonesa tenía la certeza de haber
actuado por encima de todo con la máxima prudencia y discreción. ¿Se la habían
jugado? En caso de ser así, ¿Quién? Le costaba creer que hubiese sido Malcolm,
aquel entrometido que hacía las veces de agente personal carecía, aparentemente,
de un motivo.
Al recordar a la descarada sanguijuela de Mal, presintió que
no se equivocaba al pensar que el trabajo de S.H.A tenía algo que ver con que
la estuviesen buscando. Malcolm tendría que explicarle todo lo que supiese al
respecto cuando acabase la maldita noche, si es que acababa.
Se dio cuenta entonces de que por primera vez en mucho
tiempo su suerte dependía de alguien que no fuese ella misma. Se repetía una y
otra vez que había sido una estúpida por no haber visto el peligro venir, por
haber dejado que la situación acabase así. No soportaba no tener el control de
su vida. Apretó los puños con fuerza y se esforzó por controlar su temperamento.
Debía conservar la calma para buscar una solución a los nuevos problemas que
tenía y que iban sumándose a la lista.
Unos sollozos la sacaron de sus pensamientos e
instintivamente echó mano al arma.
Mostró su enfado en una mueca al recordar que estaba descargada pero se
tranquilizó al ver que no se trataba de una amenaza. Alguien se estaba
muriendo. ¿Cómo habían llegado a esto?
***
El disparo le pareció más estridente de lo normal. El sonido
del arma silenció los gritos de la calle cercana y del local que dejaban atrás.
El cantante se tiró al suelo por puro instinto, arrastrando al batería consigo.
Él se había dado por muerto ya, pero no pudo evitar el gesto desesperado de
salvarse.
Enseguida se dio cuenta de que había un intercambio de
disparos y que le era imposible saber quien disparaba. Abrió los ojos con la
certeza de que vería sus entrañas por el suelo pero al verse entero alzó la
vista en busca de quien debía haberlo matado. La chica pelirroja había
desaparecido.
Se olvidó de los disparos por un momento he intentó darse la
vuelta para ver qué diablos pasaba pero antes de que pudiese darse cuenta de su
error más de cien kilos cayeron sobre él.
Exhaló un alarido que no disminuyó cuando se dio cuenta de
que el individuo que le había caído encima era uno de sus guardaespaldas. Un
disparo le había volado parte de la cara dejando ver una masa pulposa de carne,
astillas de hueso y lo que debía de ser una mandíbula sintética de platino.
Sorprendido y fascinado por la brutalidad de la situación y
por el hecho de seguir con vida, aparentemente, se quitó de encima el cadáver
de aquel tipo del que no recordaba su nombre. ¿Cuántos cuerpos tendrían que
caer sobre él esa noche? Le costó horrores moverlo pero no prestó casi atención
a lo que hacía pues a su lado, el jefe de seguridad, Jacob, descargaba todo el
cargador de su pesada y enorme pistola. El cantante si limitó a observar a
través de los oscuros cristales de sus gafas al gigante que en breves moriría
por estar ahí de pie. Y como respuesta a las expectativas de Discordia, una
bala fue a parar al pecho de Jacob, que tan solo profirió un gruñido. Pero
hacía falta más de una bala para acabar con aquel veterano de las guerras
centroamericanas. A Discordia Sintética no le cabía duda de que bajo el traje,
el guardaespaldas iba forrado de kevlar, o incluso de un recubrimiento subcutáneo
de grafeno.
No obstante tampoco era un miembro de las brigadas
especiales P.K.C (encargadas de los asesinos y psicópatas con fisiología
cibernética) por lo que cuando cinco disparos le perforaron el hombro, la mano derecha,
el muslo y la rodilla izquierda profirió un grito de furia asesina y descargó
su última bala antes de caerse de rodillas con un golpe sordo.
El cantante no daba crédito a sus ojos, al principio calló
en la terrible certeza de que si aquel tipo encargado de protegerles moría,
poco podría hacer él contra las múltiples amenazas a las que estaban expuestos
en ese momento, pero aun había esperanza. Aquel cabrón seguía vivo, y aun respirando con dificultad, luchó por
incorporarse de nuevo.
Discordia se dio cuenta de que los disparos habían cesado y
cuando alzó la vista hacia su izquierda vio a aquellos hombres que les habían
estado apuntando tumbados en el suelo como si jamás hubiesen estado en pie. Los
últimos disparos del guardaespaldas los había matado, sin duda alguna.
Todo parecía haber acabado, pero al poco uno de ellos
comenzó a moverse y levantarse.
-¡Mierda! –escupió Jacob junto con una decena de gotas de
sangre mientras apuntaba y apretaba el gatillo.
Pero no sonó el ensordecedor sonido del disparo esperado. Se
había quedado sin balas. El cantante no pudo más que observar desde su patética
posición como aquel individuo se tambaleaba con una mano en el abdomen
chorreando sangre por una decena de heridas y se agachaba para recoger su arma
del suelo. Maldijo todos los avances de la ciencia y la nanotecnología por ser
capaz de alargar la existencia de seres tan peligrosos como aquellos.
El rockero se apresuró a alcanzar el arma del guardaespaldas
caído. Estaba seguro de poder matar a aquel tipo antes de que lograse recoger
el arma, más le valía, pero de pronto una chica pasó entre Jacob y él (y por
encima de Castigo Corporal) a toda velocidad. Su cabello rojo, su delgado
cuerpo y el gran rifle con el que cargaba fue lo poco que pudo ver antes de que
cruzara los cinco metros que los separaban del agonizante hombre. Jacob,
sobresaltado y enfurecido por haberlo pillado desprevenido intentó dispararle también,
pero tras apretar el gatillo varias veces recordó que no tenía munición.
Lenka podría haber disparado y barrer a toda esa gente con
una descarga de su rifle de asalto pero el instinto de supervivencia agudizado
desde niña le dijo que una bala perdida podría acabar matándola así que corrió
hacia su derecha arrojándose detrás de un coche negro de grandes dimensiones aparcado
a unos pocos metros de distancia. El tiroteo comenzó al instante de empezar a
moverse y tan solo su velocidad, y que el coche parase algunos de los
proyectiles que dirigieron contra ella, hicieron que saliese ilesa.
Al cabo de unos segundos los disparos cesaron y sin pensárselo
dos veces la mecánica asomó la cabeza. Los extraños individuos que habían
aparecido de golpe se encontraban por el suelo, posiblemente muertos, salvo uno
que estaba de rodillas y luchaba por ponerse de pie. Unos metros más allá
estaban aquellos desgraciados que habían estado golpeando a Tuerca.
El intercambio de plomo había durado apenas unos segundos y
a tan poca distancia sería una proeza que alguien más, aparte del grandullón
que estaba de rodillas, hubiese sobrevivido. Sabía que lo seguro era rematarlos
y asegurarse, pero prefería no tener que hacer tal cosa. Steel siempre
criticaba su exceso de escrúpulos y compasión a la hora de matar achacando tal
falta a su inmadurez. Lenka sabía que los miembros de su clan jamás lo
entenderían, estaban demasiado acostumbrados a la muerte. No es que hubiese
jurado no matar a nadie jamás, era solo que prefería que el hecho de quitar una
vida fuese siempre la última opción.
La idea de que Tuerca necesitaba su ayuda le golpeó la mente
en el instante en que vio levantarse a uno de aquellos matones.
Sin pensar siquiera en su vida y ahuyentando el miedo de su
interior, salió corriendo de su escondite con el rifle en sus manos y se
dirigió hacia él. Pasó junto a aquella gente que había aparecido de improviso y
pudo comprobar que al menos uno de los que había dado por muerto, seguía con
vida. Ese tipo de la cresta y las gafas sexys que le recordaba al cantante del
concierto que acababa de ver fue el único que se dio cuenta de su presencia.
En menos de un segundo llegó junto al matón, justo en el
instante en el que empuñaba su pistola y la levantaba para disparar. Gracias a
un instinto entrenado en los mares tóxicos del sur y los desiertos estériles
repletos de asesinos y caníbales, la joven mecánica puso un pie sobre la rodilla
del matón, y aprovechando la velocidad que llevaba, se impulsó hacia arriba. La
cara del hombre reflejó sorpresa y terror cuando Lenka le golpeó con la culata
del rifle. Puso toda la fuerza de sus brazos en aquel golpe. Un abanico de
sangre y dientes salió despedido hacia la derecha con un giro de cabeza tan
rápido que era posible que le hubiese partido el cuello. El cuerpo inerte del
tipo calló hacia atrás seguido del de Lenka.
Ni siquiera se fijó en si había matado o no, aunque confiaba
en que no fuese así, y menos atención le mostró a los que había dejado atrás.
Su principal prioridad era aquel delgado hombre de pelo verde, que yacía
apoyado contra la pared con una mano en el estomago y la camiseta llena de
sangre.
-Tuerca…
Se acercó a él dejando a un lado el rifle y esperando que su
amigo no estuviese muerto. De ella había sido la idea de perderse en GoreCity,
si su amigo moría no se lo perdonaría. Y quién sabe lo que la esperaría a su
regreso al campamento. Mientras los ojos se le llenaban de lágrimas evitó
pensar en Steel y en su temperamento explosivo. Casi rompe a llorar al oír un
gemido de los labios de su amigo. ¡Estaba vivo!
-¡Joder! ¿Has visto eso? –Gritó Discordia Sintética más para
sí mismo que para el resto.
Estaba impresionado por la rápida actuación de aquella joven
y lo bien que había empleado su agresividad para resolver todo aquello. Hasta
le había parecido ver que era bastante guapa. En seguida, y sin apenas
quererlo, le vino a la mente una idea para una canción que trataba sobre la
desconocida. Los acordes comenzaron a sonar en su cabeza, pero poco duraron ya
que Jacob lo sacó de aquel paraíso de composición al que lo catapultaban
siempre las escenas violentas.
-¡Joder, malditos hijos de puta! –Profirió el guardaespaldas
mientras arrojaba su arma descargada al suelo y andaba cojeando unos pasos
hasta el cantante–. Rápido, tenemos que salir de aquí, ya.
Mientras cogía la
pistola de su compañero muerto y ayudaba con esfuerzo a Discordia a levantarse
no hizo más que mirar hacia los lados y maldecir por lo bajo. El rockero, aun
fascinado por la acción de aquella chica que ahora se encontraba arrodillada
junto a otro hombre, observó al guardaespaldas. Le manaba sangre de al menos
cuatro heridas. Tenía el traje destrozado, caminaba con dificultad y tenía la
mano derecha destroza; había perdido como mínimo dos dedos.
-Tíos, no me puedo creer que estemos vivos… -dijo el batería
que había permanecido todo el tiroteo sin levantar la cabeza del asfalto ni un
solo milímetro.
Discordía observó a Castigo Corporal mientras el guardaespaldas
golpeaba a éste con el pie instándolo a que se pusiera en pie. Los microleds subcutáneos de los brazos del batería
centelleaban intermitentemente de un color naranja apagado. En su mirada podía
leerse una mezcla de miedo y perplejidad ante todo lo que estaba pasando.
Jacob estudió la situación y fijó su atención en la chica.
Solo le quedaba un cargador pero matarla solo le costaría una bala, pensó
mientras valoraba la situación.
Como si pudiese leerle la mente, Discordia Sintética lo
agarró del antebrazo y le propuso con un gesto que se marcharan. No era porque
aborreciera las muertes innecesarias; donde había crecido él, las muertes de
ese tipo eran tan normales como los cables pelados; pero tenían cosas más
importantes que hacer y además aquella pelirroja lo había impresionado de
sobremanera, no le parecía que supusiese una amenaza, al menos no para ellos.
Olvidándose de la joven, los tres hombres se apresuraron a
llegar al 4x4. La calle, aunque ancha, era completamente secundaria y la iluminación
más próxima solo provenía de unos tubos de neón ubicados sobre la puerta de la
que acaban de salir, por lo que no pudieron ver el desastre hasta que
estuvieron a un par de metros del vehículo. Al menos media docena de balas
habían impactado sobre él. Rompiendo la luna delantera, el retrovisor izquierdo
y dejando profundos agujeros en el capó y la puerta.
Jacobo maldijo una vez más cuando al abrir la puerta un
cuerpo cayó al suelo como si se tratara de un fardo de desperdicios. El chofer
había estado esperando dentro del coche a que terminase el concierto y una bala
perdida lo había matado antes incluso de darse cuenta de qué estaba pasando ahí
fuera. Vaya una forma más patética de morir, pensó el cantante. Así era
GoreCity, no perdonaba que te encontrases en el lugar equivocado en el momento
equivocado.
Encogiéndose de hombros lo hicieron a un lado y subieron al
coche; Jacob al volante y el cantante de copiloto. Éste último soltó un suspiro
de alivio y volvió a dejar caer sus ojos en aquella pelirroja que estaba
agachada delante de ellos, al otro lado de la acera. Aspiró con fuerza
esperando a que el coche arrancara y aquella pesadilla terminase cuanto antes
pero en el instante en el que parecía que iban a dejar a tras los gritos que
aun se dejaban oír desde la parte delantera del Laser del Infierno, la ventana del conductor reventó en mil
pedazos. Un estruendo propio de una ametralladora, seguido de una docena de golpes
sordos contra el chasis del coche les indicó lo más obvio. Sus problemas aun no
habían terminado. Permanecieron agachados mientras una lluvia de cristales caía
sobre ellos. O uno de los tiradores había sobrevivido y les había seguido a
través del backstage para terminar el trabajo o la chica pelirroja había
decidido usar su arma.
-¡Arranca de una puta vez y vámonos cagando ostias! –gritó
el cantante que al cogerse la cabeza con las manos rozó con los dedos el lóbulo
de su oreja y puso en marcha el sistema de música que llevaba implantado en su
oído.
Una canción estridente de un antiguo grupo llamado TechnoCadaver now golpeó su mente. Por
un momento el sonido repetitivo del bombo y los gritos encolerizados del
cantante se entrelazaron con los sonidos de los disparos y los chillidos de
Castigo Corporal que se encontraba en uno de los asientos de atrás gritando
como un cerdo. Incluso en ese momento, Discordia Sintética tuvo que admitir que
aquel era uno de los mejores instantes de toda su vida. Dudaba que hubiese nada
mejor que escuchar aquella perfecta combinación que le rebelaban que esa
canción jamás había estado completa y que había permanecido como la mitad de un
todo hasta aquel instante. El cantante
saboreó la nueva sinfonía y se juró que no volvería a escuchar la canción
original nunca más, pues no sería más que una parodia comparada con aquella
obra de arte. Era un privilegiado y el placer que sentía alcanzó cotas más
altas cuando calló en la cuenta de que sería el único dueño de esa perfecta
simbiosis, el único.
El guardaespaldas, ajeno al clímax al que estaba llegando el
excéntrico cantante, se apresuró encorvado todo cuanto podía, a bajar la
pequeña palanca de arranque. No pasó nada. Después de unos angustiosos segundos
lo intentó un par de veces más y tras encender el navegador, vio en la pantalla
una serie de números y glifos que poco tenían que ver con lo que aparecía
normalmente. Alguna bala debía de haber averiado el sistema de arranque o el de
navegación del coche.
No podían arrancar, luego no podían irse.
Estaban jodidos.
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