miércoles, 1 de septiembre de 2010

Capítulo 4: Circuitos y calles II

Podía sentir su repugnante aliento sobre su cara. Visto de cerca le pareció mucho más feo de lo que en un primer momento había esperado. La agarraba con fuerza por los hombros, clavándole sus ásperos dedos mientras la apretaba contra la pared. Samishii intentó calmarse y pensar en algo rápidamente. Una rápida vista a su alrededor le confirmó lo que ya había temido, estaban solos. Cabe esperar que ante una situación así que la presencia de alguien bien podría mejorar la situación, alguien podría haberla ayudado. No obstante la joven sabía, por experiencia, que la gente normalmente pasaba de largo al encontrarse con una escena como aquella. Nadie la ayudaría. Estaba sola, como siempre.

-Vamos pedazo de zorra, ya vas dándome todo lo que llevas…- dijo el tipo de los cuernos metálicos. Su cara estaba roja por la ira o quizá por los nervios, Samishii hubiera jurado incluso que estaba excitándose.

Sus musculosos brazos la atenazaban con fuerza. Cosa con la que la joven japonesa poco podía competir con su poco peso. Se limitó a revolverse entre las manos de su asaltante y gimoteó nerviosamente. Déjame, dijo en un débil susurro. El delincuente supuso que temía que la violara o algo peor, detalle que lo envalentonó y excitó.

Con el brazo izquierdo agarró el delgado cuello de su presa y pegó su cabeza con brusquedad a la mugrienta pared metálica. Observó los ojos llorosos de la joven mientras arqueaba la espalda por el dolor, haciendo que el cuerpo se abriese paso entre la gabardina dejando intuir su delicada y delgada figura tras el ajustado cuero negro. Un simple vistazo le bastó al hombre de los cuernos artificiales para convencerse de todo lo que le haría a aquella asustadiza chica.

-Estas de suerte, hoy vas a ver lo que es un verdadero tío…- abrió la boca ligeramente mientras los ojos de su presa se abrían de terror.

-Primera regla de GoreCity, zorra: los descuidados la pagan”.- Dijo mientras se relamía y apretaba aun más a Samishii contra la pared.

Quizá en un primer momento había caído en el popular dicho dando por sentado que en esa situación el descuido pertenecía a la ingeniera pero la balanza es fácilmente reversible. Una chica no sobrevive sola en esa ciudad con tan solo un puñado de suerte y varios cientos de eurodólares, si sobrevive es porque sabe jugar sus cartas.

-Sss… sseg…- Consiguió vocabulizar mientras su cuello se cerraba y sus ojos, fijos en aquel desgraciado, se llenaban de lágrimas.

Mientras tanto, la mano del brazo que había quedado libre se deslizó disimuladamente entre el cuero buscando su muslo, donde descansaba una pequeña pistola automática, más subfusil que pistola, más mortal que pequeña.

-¡Jaja, quieres suplicarme, ya me suplicaras luego!- Rió al mismo tiempo que acercaba otro tanto su cuerpo.
Un destello en los húmedos ojos de la joven hizo borrar la sonrisa de su cara. Ese era el momento de jugársela, era ahora o nunca, pensó Samishii mientras desenfundaba su arma rápidamente.

El asaltante abandonó el cuello de la chica e intentó desviar el ascenso del brazo de un manotazo. Pero una mala combinación de reflejos sumados a una buena ejecución de Samishii en sus movimientos le dieron la ventaja a esta última, la cual consiguió colocar el arma entre ellos dos y apretar el gatillo sin pararse a apuntar siquiera.

El arma rugió provocando un eco en todo el corredor. El desgraciado hombre calló de espaldas mientras un desmesurado chorro de roja sangre emergía de los agujeros que aquella pequeña pero potente bala le había creado al atravesarlo. Unas gotas mancharon el rostro y parte de la gabardina de Samishii, la cual no pudo más que echarse la mano al cuello y toser varias veces.

Los gritos no cesaban. El tipo de los cuernos metálicos gimoteaba y gritaba intentando parar la hemorragia, reacio aun a aceptar el engaño que lo había conducido a estar babeando su propia vida. Se tapaba la herida que tenia bajo la clavícula izquierda con ambas manos mientras un charco de su propia sangre lo envolvía poco a poco.

-See… segunda…- Samishii detuvo su charla para coger aire y tras unos instantes terminó – Segunda regla de GoreCity, gilipollas: todo el mundo lleva un arma.

Dicho esto enfundó el subfusil y recogió sus gafas del suelo. Procurando no mirar a las cámaras de seguridad y subiéndose el cuello de su negra gabardina comenzó a caminar hacia la salida. Atrás dejaba a un hombre desangrándose. Sería mejor que se diera prisa antes de que la policía o algún agente de seguridad corporativo apareciese.

De  los húmedos y oscuros túneles recubiertos de tuberías y cables que iban a todas partes pasó a una calle con un tráfico exacerbado, donde un débil sol daba cuentas de la hora. La gente iba de aquí para allá, procurando apurar el día hasta su último segundo. La acera estaba sucia, allá a donde mirase encontraba cristales y basura. Observó a las personas que pasaban junto a ella: unos iban ataviados con monos de trabajo, otros con trajes de extraño diseño… comenzó a caminar con premura, debían de ser casi las siete.

El Residuo Mecánico era un antro oscuro y con un diseño peculiar. El suelo estaba compuesto por una serie de planchas agujereadas de hierro. Tanto la barra como las mesas emergían del suelo con unas escuetas curvas. Del techo colgaban piezas de mecanismos antiguos, ruedas dentadas y cadenas. Daba la sensación de que el local estuviera soldado al completo para conseguir una sola y única pieza. Con un tono a oxido que le daba un ligero encanto, aquel sitio era lo más parecido a un café del siglo pasado, elegido por hombres de negocios de la zona para hablar de asuntos economicos. Las paredes daban quizá el toque de luz que las lámparas que colgaban del techo no conseguían, estaban repletas de pantallas por las que se transmitían estadísticas empresariales, las noticias y dos docenas de anuncios a la vez.

Estaba vacío salvo por un par de hombres con traje sentados en una mesa apartada, un hombre y una mujer  que reían por lo bajo mientras ultimaban sus copas en un extremo de la barra y el barman que parecía estar hecho del mismo material que su local ya que su calva cabeza estaba recubierta por una chapa de una aleación estándar, sin realskin. Desde donde ella  estaba no podía verse pero sabía que aquel tipo lucía una ciberpierna que le hacía cojear. Era un modelo antiguo, desde luego, pagado hace años seguramente por alguna corporación en compensación a la pérdida de su miembro en alguna guerra en el culo del mundo. Al menos eso le había contado Bite, uno de sus contactos.

Se acercó despacio hacia los dos hombres que permanecían en silencio dando pequeños sorbos a  una bebida humeante y azul.

Los observó mientras se abría paso entre las mesas. A primera vista lo más destacable era que sus trajes debían de ser caros, muy caros. Uno era rubio, peinado hacia atrás, con los ojos claros y unos anchos hombros, el otro ocultaba su rostro bajo la sombra de un sombrero de piel, pero su constitución lo delataba como el “ayudante” del otro.

-La señorita Samishii, supongo.- dijo el rubio con una simpática y estudiada sonrisa.

-Tengo entendido que tienen un trabajo para mí.- Respondió sin más la joven, mientras se sentaba frente a aquellos extraños.

-Pues sí. Ha llegado a nuestros oídos información sobre usted. Por lo visto su trabajo es impecable, además de rápido…- Volvió a sonreír mientras extendía la mano hacia el otro hombre que no hacía otra cosa que mirar seriamente a la chica. -… mis socios y yo estaríamos interesados en que colaborase con uno de nuestros proyectos.

-¿Pero de que se trata exactamente?- la curiosidad de Samishii traicionó su, por lo general, frio comportamiento.

-Eso no lo sabrá del todo nunca. Verá, si acepta el trabajo, se le asignara una parte de un conjunto, obviamente orientado hacia su especialidad.- hizo una pausa como si quisiera crear tensión y prosiguió -Especialidad que deberá desarrollar en tres días.

Tras unos segundos de silencio el hombre pareció darse cuenta de que no convencía tanto secretismo así que cambió de estrategia.

-Verá señorita Samishii, mis jefes desean máxima discreción, ya sabe que en el mundo de la cibertecnología la exclusividad y la innovación es lo que prima sobre todas las cosas. Por ello nos preocupamos de nuestros técnicos tanto como del resultado. Estoy autorizado a ofrecerle dos mil eurodólares que le serán transferidos a la cuenta que deseé en cuanto acepte el trabajo. Si después desea continuar con nosotros se le abonarían otros dos mil. Por supuesto no tiene ningún compromiso, no obstante déjeme que le diga que su reputación le precede y que nos sería de gran ayuda su colaboración.

¿Dos mil eurodólares por tres días de trabajo? Malditos ejecutivos y malditas corporaciones taradas. Pensó Samishii. Esa cantidad era la que ganaba en veinte días si le iba bien, definitivamente el asunto era turbio, pero si no se enteraba de que iba aquello, mejor para ella.

-Está bien, acepto.

-Muy bien.- La perfecta dentadura del tipo rubio se dejó ver una vez más en una sonrisa desquiciante. Sacó una tarjeta metálica del bolsillo de la chaqueta. –Aquí tiene el código exclusivo de activación con el que podrá tener acceso a la información que se le mandará. El trabajo está compuesto por tres módulos de diseño de hardware y determinadas aplicaciones. Conforme acabe los diseños deberá mandarlos reenviando el mensaje. Y como podrá imaginar, la confidencialidad ha de ser máxima. ¿Alguna pregunta?


***


El hologenerador proyectaba un dodecaedro perfecto a un palmo de la superficie. Giraba y brillaba dando una prorroga a la oscuridad de la habitación que tan solo se veía interrumpida por la irradiante luz de los monitores.

Tan pronto como había llegado se había puesto a trabajar en el primero de los módulos. Llevando buen cuidado de que no la siguiesen había rehecho el camino a casa sin incidencia alguna.

Los planos de lo que parecía ser un ciberterminal se extendían ante ella abarcando varias pantallas a la vez. Un diseño muy elaborado, propio de Sitec (una corporación dedicada exclusivamente a ciberterminales). Había tenido que rediseñar todo y añadir algunas cosas. Aunque no sabía exactamente qué era lo que estaba haciendo percibía una ligera idea. Cumpliendo escrupulosamente con las especificaciones, muchos circuitos había tenido que dejarlos a medio y otros tantos había comenzado a diseñarlos sobre una base que no entendía. Había tenido que desarrollar cientos de líneas de código para varias docenas de microcontroladores que debían desarrollar tareas ligeramente específicas, algo podría haber servido para elaborar un millar de aparatos electrónicos.

Nada había parecido extremadamente difícil aunque la increíble extensión de todo el proyecto la había dejado exhausta. Tan solo le quedaba supervisar el diseño que tenía ante ella.

Aunque le asaltaba la feliz idea de poseer  esos suculentos dos mil eurodólares no podía dejar de pensar en que aquello era demasiado raro. Estudió la plateada tarjeta, en la que podían distinguirse unas letras y su código de activación agujereados sobre la pulida superficie.

En el centro podía leerse la silueta de las iniciales S.H.A. Tras mucho meditar decidió investigar un poco a cerca de todo aquello. Tecleó una serie de números y letras rápidamente con su mano cableada y en una pantalla se abrió una pequeña ventana que controlaba una llamada segura y difícilmente rastreable.

Era tan tarde que casi era temprano, pero Bite estaría despierto. Los hackers como él jamás descansaban, jamás dormían.

-Samishii, está saliendo el sol. ¿Qué puedo hacer por mi “electrónica” favorita?- de fondo podía oírse el zumbido de los dedos golpeando el teclado sin descanso. -¿Por cierto, me has solucionado el problema de sobrecalentamiento de mi maquina del amor?

-Sabes que sí. Por eso ahora tienes que devolverme el favor.


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