miércoles, 15 de diciembre de 2010

Capítulo 7: Preparados para el show I

El ritmo de batería continuaba repitiéndose una y otra vez, marcándole el camino al poderoso riff que aplastaba todo cuanto se podía imaginar. Justo en el momento en el que los samples daban paso a un clímax musical llegaba el estribillo. Su rasgada voz cruzaba el aire de la habitación como un cuchillo y el mensaje tomaba forma junto con los profundos bajos de aquella canción. Estaba sonando verdaderamente bien, definitivamente “muere, puta, muere” era el mejor tema que hubiese compuesto y escuchado en su vida. Esa canción no te hacía viajar a tierras lejanas, ni te transformaba en un soñador, esa canción te destrozaba por dentro y convertía tus órganos y tu espíritu en un pura maquinaria, en un tren de doscientas toneladas surcando un mundo repleto de escoria y desechos.

El final estridente y caótico se diluía en una maraña de samples y un ritmo de batería frenético. Un final ruidoso tras el cual solo quedaba el silencio.

 Al terminar, Discordia Sintética alzó la mano para dar por buena la grabación a Meggor, que se encontraba al otro lado del cristal con la mesa de mezclas. En breves se pondría manos a la obra para retocar los detalles y arreglar el hit para ponerlo a punto.

-¡De puta madre tío!- celebró Repulsión Plástica mientras reía.

-La verdad es que ha estado bastante bien.- reconoció Discordia Sintética mientras recorría el estudio con la mirada.

Habían pasado toda la noche preparando el concierto y ultimando algunos temas para ofrecer algo nuevo y contundente, y aunque debían estar cansados la música parecía haberles llenado de energía. Castigo Corporal, el nuevo batería, abrió una lata de Trans y se apresuró a darle un largo trago. Era casi tan adicto a las drogas como su predecesor, al que habían encontrado muerto hacía apenas un mes. Una mala combinación de cortex y rekriferina habían conducido al desafortunado batería a lo que sin duda había sido una muerte lenta y horrible. Aunque el difunto había estado con ellos desde el principio Discordia tenía que admitir que había sido un golpe de suerte ya que nunca cayó bien.

 Ahora en cabio todo era muy distinto, pues con este decadente joven poco hablador, con el pelo en punta y los brazos repletos de microleds subcutáneos, quedaba atrás esa mala reputación y la mayor parte de la atención recaía en Discordia Sintética. Ahora no habría quien los parase.

-Bueno pues con esto hemos acabado, solo cabe esperar que nos lluevan las putas y el éxito. ¿No es así Discordia?- preguntó Repulsión Plástica mientras se habría otra lata y se acomodaba en uno de los sofás con el bajo aun colgado de su metalizado hombro artificial.

El cantante sonrió asintiendo mientras dejaba en el suelo la guitarra y salía de la insonorizada habitación para ir al cuarto contiguo. Meggor y su ayudante trabajaban en sus monitores eliminando los ligeros defectos del ruido y remasterizando la grabación para que la canción estuviese apunto antes de que saliese el sol.

-Mañana por la noche ya se la sabrán de memoria y la pedirán en el concierto.- Dijo una voz desde el otro lado de la habitación. Era Johnny, el manager y coproductor de Psychodelia Discordia. El reckero se acercó para estrecharle la mano. Se entendía especialmente bien con aquel trajeado y repeinado tipo. Él había sido quien los había llamado tras verlos tocar en un local ante no más de medio centenar de personas y les había ofrecido pertenecer a la discográfica. Tenía un don especial para sacar el máximo partido de las cualidades de los demás, al igual que Discordia Sintética.

-¿Cómo van los preparativos Johnny?

-Pues bastante bien, vengo de una reunión en la que hemos preparado el calendario del próximo mes de la discográfica y déjame que te diga que si lo de mañana sale bien, Psychodelia Discordia tiene muchas posibilidades de convertirse en uno de los grupos predilectos de nuestra... familia.- su voz cargada de confianza y sus ojos extremadamente claros eran su sello de identidad. Siempre que el cantante lo miraba pensaba en lo caros que debían ser esos ojos.

-Creía que ya éramos el predilecto.- dijo amagando una sonrisa

-Para mí lo sois, y lo sabes.- dijo el manager mientras le devolvía una amplia sonrisa y dirigía su atención a las pantallas del estudio. Pareció estudiar la pista aunque el cantante sabía que las canciones no le preocupaban, él sabía que estaban bien. Tras una pausa añadió- antes se tardaba una eternidad en grabar, retocar y remasterizar pero ahora es tan fácil…

Discordia Sintética desvió su atención del trajeado hombre de negocios y observó a través del cristal al resto de los componentes de Psychodelia Discordia. Repulsión, el bajista, estaba pateando un bafle viejo mientras el otro ya iba por su segunda trans.

-Por cierto Johnny, necesito unos cuantos eurodólares, algo le pasó a la puerta de mi apartamento la otra noche, seguro que puedes cargarlo a la cuenta de la discográfica...

-Veré que puedo hacer, pero por lo pronto te puedes quedar aquí, sabes de sobra que hay habitaciones reservadas para los músicos.

-Ya lo sé, pero me gusta tener mi espacio… ya me entiendes- argumentó Discordia alzando los brazos despreocupadamente y apoyándose en la pared.

-Por cierto, ha venido una chica preguntando por ti, dice que es tu novia.- Dijo Johnny tras unos segundos de silencio en los que no apartó la mirada del trabajo de Meggor, el cual estaba conectado mediante una clavija en su muñeca y se deslizaba por la grabación digitalizada a gran velocidad.

-¿Mi novia… estaba cabreada?- preguntó el rockero quitándose gafas y dejándolas caer colgando de su cuello.

Tras ver el divertido rostro de su manager asintiendo, el cantante expulsó todo el aire de sus pulmones recordando en ese momento lo cansado que estaba. Tras encogerse de hombros dijo: Bueno, en ese caso creo que tengo que bajar a ver si controlo a esa psicópata. De pronto se sentía agotado.

-No está en el hall de la planta baja- le explicó Johnny mientras se acercaba a Discordia que estaba a punto de salir por la puerta.

-¿Y donde coño está?- preguntó frustrado el músico.

-Está en tu habitación, en la decimotercera planta, y juraría que alguien a dejado unas cuantas dosis de sintecoca en el cajón del escritorio- tras esta breve explicación le guiñó el ojo.

-¿Enserio?-interrogó el otro mientras una gran sonrisa rodeada de piercings iba agrandando en su rostro.
-Diviértete, descansa… mañana por la noche hay que darlo todo en el escenario.- tras esto el cantante le señaló con el dedo antes de irse. Johnny rió hasta que el cantante se marcho, luego se giró y volvió a observar las pantallas.

-¿Cómo va?- le preguntó a Meggor recobrando su tono serio.

-De puta madre, son la ostia.- escupió mientras tecleaba  una serie de comandos. El técnico no era muy dado a las palabras pero era un profesional del sonido. Sobre todo del sonido que daba dinero.

Satisfecho el manager desvió su atención a los otros dos componentes del grupo, los cuales estaban bebiendo y riendo sentados en un sofá. Luego miró al ayudante de Meggor, le sonaba de vista pero no recordaba su nombre.

-Tú, trame un trago.

El largo pasillo no parecía acabar. Estaba adornado con imágenes de antiguas y actuales estrellas del rock y pequeñas pantallas con las que podías comunicarte con otras secciones del edificio. Discordia buscaba su habitación tarareando la canción que emitía el dispositivo de su oído. Es buena, pero puede hacerse mejor, yo podría haberla compuesto mejor, pensó. Al encontrar su habitación bajó el volumen con un ligero roce de sus pendientes. La puerta estaba abierta y al entrar encontró a Pink tumbada en la cama jugando con un terminal. Al verlo, esbozó una sonrisa, se levantó de un salto y corrió hasta caer en sus brazos. Tras besarlo apasionadamente preguntó:  ¿Dónde coño te habías metido gilipollas?

El músico alzó la mano como dando a entender que no estaba dispuesto a discutir. La observó y vio a la Pink de siempre, con su corto vestido negro, sus medias rotas y sus pesadas botas de un azul desgastado. Un oscuro maquillaje alrededor de los ojos realzaba los verdes de su mirada y las cadenas que iban de su nariz a la oreja le daban a su delicado rostro el toque perverso que escondía.

-¿Es qué no me oyes joder?- volvió a preguntar Pink al ver que su novio se alejaba de ella. Le ponía histérica que le dieran la espalda.

Discordia Sintética en cambio se sentía bien. Estaba saboreando la vida que se le presentaba, cada vez mejor. Su filosofía le empujaba a creer que no cabía esperar un mañana y que el pasado solo era pura mierda, por lo que ahora era el momento de ver todo de lo que era capaz. Sin hacer caso de los gritos de su joven compañera, llegó hasta el escritorio. Pensó en la chica; le gustaba por su duro carácter con el que enmascaraba una personalidad dulce y agradable; el rockero sabía que pronto se callaría y pasarían el día retozando, durmiendo, comiendo y escuchando música.


Después de todo…- pensó mientras abría los cajones y daba con lo que estaba buscando -…no estoy tan cansado.



viernes, 19 de noviembre de 2010

Capítulo 6: Coincidencias preliminares

-¡Pero tenemos que ir a por él, no podemos abandonarlo con esos malnacidos!

La infinita brisa marina se deslizaba entre aquel variopinto grupo y arrastraba el repulsivo olor a mar al que habían terminado acostumbrándose tan solo los más veteranos. El rustico embarcadero se mecía, resistiendo la violencia con que las olas lo aporreaban. El océano se extendía hasta donde alcanzaba la vista, mostrando un azul oscuro hasta el horizonte, donde un manto de grises nubes se apoderaba de todo lo demás. Unos barcos, encallados hacía décadas permanecían cerca de la costa, como gigantes dormidos. En aquellas ocasiones en las que el viento arremetía contra aquel mundo estéril, podía oírse el eco de éste al quedar atrapado en las oxidadas tripas de aquellos enormes barcos. ¿Qué hacían allí? ¿Qué pasó? A nadie le importaba.

El grupo, no más de nueve individuos, permanecían en silencio, pensativos sobre lo que hacer a continuación. Apenas podía vérseles alguna parte del cuerpo ya que lo ocultaban con ropas de tonalidades decadentes y desgastadas con el fin de protegerse de aquel cancerígeno sol. Sus caras cubiertas por pañuelos, gorros y pasamontañas no impedían intuir sus rostros serios ajenos a todo sentimiento. Sus rifles colgaban de sus hombros con pereza, como cansados de permanecer ahí. Lo que siempre le llamó la atención de aquellos hombres y mujeres a la joven, que permanecía de rodillas gimoteando, fue la increíble capacidad de adaptación que poseían. Una supervivencia de la que aquella chica se había valido durante años para aprender todo cuanto sabía de la vida.

-Tenemos que volver…- repetía en un llanto mudo una y otra vez aquella pelirroja que no llegaba a los dieciocho años. Se había quitado las gafas que tanto le molestaban ahora. El dolor que sentía en su herida aun sangrante no era comparable con el que experimentaba en su interior por aquel desastre que amenazaba con lapidar su vida…

Despertó de pronto, incorporando parte de su cuerpo al instante, como si el sueño fuera aun real y el dolor estuviese azotándola. Sintió un fuerte golpe en la cabeza al chocar con algo metálico.

-¡Joder!- dijo para sí mientras se echaba las manos a la cabeza.

Salió del contenedor un tanto desorientada y ligeramente afectada por el sueño que acababa de tener. Tras unos segundos de intensa confusión repasó sus pertenencias. Se alarmó de pronto al recordar que iba desarmada y se puso a rebuscar en la basura su arma. A penas podía ordenar lo sucedido la noche anterior y la cabeza le dolía horrores, ¿Sintecoca en mal estado, demasiado alcohol trans o quizá un poco de ambas cosas? Qué más da, pensó.  Esbozó una sonrisa cuando sus dedos se cerraron en torno a su rifle. Tras comprobar que tan solo disponía de un cargador se concentró en intentar recordar cómo había acabado allí. ¿Qué diablos había pasado y lo más importante, donde estaba Tuerca?

Decidió esperar durante un rato en aquel frio y sucio callejón lo que le dio tiempo a recordar algunas escenas de la noche anterior. La impaciencia pronto se apoderó de Lenka, que por lo general detestaba quedarse de brazos cruzados; por lo que comenzó a caminar. Tras unos minutos callejeando en soledad por aquel laberinto de mugrientos callejones llegó a una concurrida calle de un solo sentido. Los vehículos pasaban sin cesar como si de un río metálico se tratase.  No reconocía el lugar pero su apariencia era similar a lo que habían visto ella y Tuerca el día anterior; si bien las aceras eran bastante más estrechas a las de la avenida del Dr. Geschöpf Philip, el aspecto que presentaban los altos edificios era parecido. Mientras escondía el rifle bajo la sucia gabardina observó las gigantescas pantallas que exhibían un anuncio de un nuevo diseño de moto con conexiones interfaces.

La gente apenas se detenía y pronto comenzó a verse empujada por aquellas personas que iban de un lado para otro. Se apresuró a pegarse a la pared dando por sentado que las aceras diurnas de GoreCity no eran para detenerse. No eran para gente sin un rumbo, todo lo contrario que por la noche.

Junto a ella, apoyado sobre las verjas de un local cerrado, había un tipo alto hablando por un pequeño y delgado micrófono que emergía de un diminuto dispositivo anclado sobre su oreja. Más allá, pudo ver a dos hombres discutiendo en la entrada de un puesto de comida, lo que la empujó a intentar recordar cuando había sido la última vez que había comido algo. Lo cierto era que tenía hambre por lo que examinó su crédito. Tan solo disponía de unos treinta eurodólares.

Guardó el dinero con cuidado en el bolsillo de su falda vaquera  e intentó quitarse el polvo de su gabardina mientras pensaba qué iba a hacer. El tipo de al lado terminó su conversación y el micrófono se replegó hacia el dispositivo, luego se marchó perdiéndose en la marea de gente que andaba con expresión desconfiada.

No tenía teléfono, no tenía apenas dinero, y lo peor de todo: Tuerca había desaparecido. Tras recordar los disparos de la noche anterior y estudiar más atentamente su situación Lenka no pudo más que llegar a una conclusión. Estaba jodida, no sabía prácticamente nada de aquella ciudad y Steel y el reto se encontraban a kilómetros de distancia de allí.

Decidió pues, que lo más sensato sería buscar a Tuerca. ¿Dónde coño se habrá metido este maldito mecánico? se preguntó una y otra vez mientras examinaba con su ciberóptico a la multitud con la esperanza de distinguir el verde fluorescente del pelo sintético de su compañero.

Deambuló de aquí para allá sin saber exactamente qué hacer. Procuró no alejarse de las zonas concurridas pues un mal presentimiento comenzaba a calar en su espíritu aventurero. El hambre terminó atenazándola por lo que compró algo de comer en un pequeño puesto que daba a la calle. Se decantó por unas pequeñas bolas de un color verde apagado que crujían con cada mordisco. Siguió caminando procurando no llamar la atención hasta que se detuvo frente a una pantalla donde una mujer con una máscara de gas hablaba sobre la producción de una nueva serie de órganos artificiales. Mientras saboreaba aquel alimento inmundo Lenka imaginó cómo sería tener tanto dinero como para poder pagarse toda esa cibertecnología punta. Algún día lo tendría, no cabía duda. La imagen cambió y comenzó otro anuncio.

Imágenes de fuego y chicas desnudas se intercalaban con otras de unos tipos tocando un rítmico cibermetal cromático. Esa noche había un concierto en un local llamado “Laser del Infierno” ubicado en aquel mismo distrito. El grupo parecía bueno y al parecer iría bastante gente. Lenka calló en la cuenta de que jamás encontraría a Tuerca en las calles pero quizá si el también la estaba buscando, iría allí. Si, había una posibilidad por muy remota que fuese de que saliera bien. En el peor de los casos se aseguraría una fiesta como la de la noche anterior, a fin de cuentas, tampoco había salido tan mal.

La mecánica pelirroja se perdió entre la multitud contoneando su cuerpo, ciertamente más tranquila y mucho más motivada que hacía unos minutos. Esa ciudad terminaría siendo suya.

***

Se quedó observando el intermitente punto del fondo oscuro de la pantalla. Bite seguía sin responder cosa que no hacía más que provocar a la paciencia de la ingeniera. Había estado esperando los resultados de la investigación que le había encargado a aquel hacker durante demasiado tiempo. Por otra parte, tampoco había recibido la segunda parte del trabajo que había aceptado el día anterior lo que la desconcertaba. Tras examinar que efectivamente le habían ingresado la cantidad acordada en su cuenta no había vuelto a saber nada del misterioso encargo que por otra parte estaba incompleto. Todo aquello era exasperarte.

Pasó el día y procuró mantenerse ocupada. En la oscura guarida de aquella japonesa tan solo se oía el débil sonido de diminutos componentes electrónicos y mecánicos chocando entre sí. Samishii soldaba con extremo cuidado las partes de aquel pequeño circuito intentando mantener la mente en blanco. Había decidido añadirles a sus pistolas automáticas un enlace para arma inteligente. Si todo iba bien en unos días podría conectarlas a las pequeñas clavijas de sus muñecas, interconectadas a su vez directamente con su sistema nervioso. La idea era emplear el potencial de las bioseñales de los nervios para ganar unas cuantas fracciones de segundo a la hora de disparar y ganar precisión puesto que también lo conectaría a una aplicación de puntería de su ciberóptico. Ella no era Tecnomédico, ni tampoco bioingeniero pero ese tipo de tareas podía desarrollarlas con unos mínimos conocimientos siempre y cuando no surgieran complicaciones, cosa que no deseaba porque si terminaba necesitando la ayuda de alguno de estos especialistas tendría que sobornarlo para que mantuviera la boca cerrada. Las armas inteligentes debían estar registradas y controladas lo que convertía aquella tarea en algo ilegal. “Ilegal…”, pensó.

“El mundo entero es ilegal”.

Algo llamó su atención sacándola de su concentración. La cámara dos; la que daba a la calle; estaba apagada. La esquina superior derecha destinada a mostrar la grisácea calle no transmitía señal. Exasperada decidió arreglar aquello antes de que la noche callera definitivamente sobre GoreCity.

Observó la imagen que transmitían el resto de cámaras y vio que estaba despejado. Tras ajustarse la gabardina de cuero, comprobó una de sus armas y con cuidado seleccionó las herramientas necesarias que fue guardando en el cinturón. Abrió la puerta y apuntó al interior del húmedo pasillo. Nada. Quizá estuviese extremando la seguridad pero llevaba un día de perros y no deseaba ninguna sorpresa. Lo más probable era que se tratase de una avería rutinaria.

En la calle hacía frío. El aire parecía denso y el olor nauseabundo a humo confirmaba la suciedad en el ambiente. Samishii sacó del bolsillo un pañuelo de color rojo oscuro y se lo ató alrededor de la cara de tal forma que ocultase la mirad inferior de ésta. En aquella zona de la ciudad, plagada de fábricas abandonadas, gigantescos almacenes y barrios pobres con poca densidad de población, no se preocupaban del aire que pudiese arrastrar el viento en un día como aquel.

La calle estaba desierta salvo por cuatro individuos que cargaban un camión a la entrada de un almacén, un coche de oscuros cristales aparcado al otro lado de la calle y un par de motos que descansaban con poco cuidado cerca de donde se encontraba ella. Algo no funcionaba como debía, usó su sistema amplificado de escucha para aplacar ese mal presentimiento que la invadía desde las primeras horas de la mañana. Tras asegurarse de que no corría peligro alguno le pegó una patada a una caja que estaba junto a los contenedores que tenía a su lado y se subió a ella. Desatornilló la rendija con rapidez y se puso manos a la obra. En el momento en el que iba a desarmar la pequeña cámara del interior del agujero de la pared un ruido cruzó la avenida. Samishii se volvió y vio una moto plateada con unas cruces rojas a los lados del chasis, el color de la sangre brillaba con fuerza a través de los neones y el motor rugía como una bestia mientras se acercaba aquella maquina que la joven ya había calificado hacía como un año de trasto sobrevalorado. Era la moto de Roy, el día mejoraba por momentos, pensó la joven.

La moto derrapó y se detuvo a unos escasos metros de donde se encontraba la chica. El tipo que la conducía se apresuró a quitarse el casco y exhibir una gran sonrisa. El casco había aplastado su peinado de pinchos, pero por lo demás, estaba exactamente igual que la última vez que lo había visto.

-Por lo que veo te has dado más prisa que yo en prepararte para nuestra cita.- dijo mientras se acomodaba en el asiento y apagaba el motor.

- Como puedes ver, estoy algo ocupada y créeme que el día que tu y yo tengamos una cita no estaré en la puerta esperándote - Contestó la ingeniera con voz cansada mientras sustraía la lente con cuidado.
-Ya bueno… pero teníamos una cita, no lo recuerdas Sami…

-…No me llames así- le cortó la joven mientras exhalaba un suspiro.

-Está bien, está bien, “Sa-mi-shii”- recalcó la palabra con divertida impertinencia.- el concierto del que te hablé es esta noche y te dije que vendría a buscarte. Además, piensa que…

-¿Cuántas veces tengo que decirte que no?- dijo más para sí misma que para Roy. Tras sacar la lente y examinar el pequeño receptor descubrió que uno de los cables estaba suelto. Los cables no se sueltan así como así, pensó mientras volvía a atornillar la rendija y bajaba de la caja ante la mirada del joven pandillero, que continuaba hablándole.

-…y para colmo la mierda de aire este,- inspiró con fuerza como si le amase aquello que entraba en sus pulmones-  bonito pañuelo, juraría que te lo regalé yo.

Mientras los ojos de color cambiante de Roy la observaban esperando una reacción ante sus provocaciones echó un vistazo a su alrededor una vez más. Calló en la cuenta de que el coche negro de oscuros cristales no lo había visto antes. En ese momento se abrieron las puertas del vehículo y salieron de él dos hombres trajeados. El rostro de uno de ellos era férreo y frio y el del otro quedaba oculto bajo un sombrero de piel. Se quedaron apoyados en el coche, como esperando a que hiciese algo. Samishii sabía que no era una buena señal y barajó las posibilidades rápidamente. Parecía que habían estado esperándola y su instinto de decía que no serían amables. ¿Quién era esa gente y cómo sabían que vivía allí? Cabía la posibilidad de que no estuviesen aquí por ella pero en ese momento no le parecía así.

Por un momento estuvo tentada a dispararles pero no le pareció el tipo de gente que va desarmada y además no sabía si había más en algún otro lado de la calle. Había cerrado su refugio y activado todos los dispositivos de seguridad, sin ella nadie podría entrar allí con facilidad por lo que podía irse y ver de verdad si la seguían o no. Era una opción más sutil que la de desenfundar el arma y liarse a tiros en mitad de la calle. Roy seguía hablando sin percatarse de lo que estaba ocurriendo.

-Roy creo que es tu día de suerte, iré contigo a ese estúpido concierto.- dijo sin quitar la vista de aquellos hombres.

Se subió a la moto aferrándose fuertemente al chasis y esperó a que el chico arrancara la moto. Los hombres comenzaron a andar hacia ellos con paso firme  pero justo en ese momento comenzaron a moverse y en cuestión de unos segundos dejaban atrás la puerta de su refugio. La joven se volvió y pudo ver como los hombres se quedaban en mitad de la calle mirándolos y luego se dirigían hacia su coche. La parte buena de todo aquello era que su refugio, tu taller, su hogar, estaba a salvo de momento, la parte mala es que estaba claro que había alguien tras ella.

Se volvió y procuró protegerse del viento tras la ancha espalda de Roy en la que notaba el bulto de su pesada pistola, una KR7 que ella había modificado por unos cientos de europavos hacía ya casi un año. Esa había sido la primera vez que había visto al pandillero y no había dejado de incordiarla desde entonces.

-¿Y a donde vamos si puede saberse?- preguntó gritando la japonesa de mirada desconfiada. Detalle que el tatuaje y los pendientes diseminados por su rostro no hacían más que acentuar.

-A un local nuevo, el dueño es un conocido mío- esperó unos segundos para adelantar unos cuantos vehículos y luego añadió -El resto del comando GEN esta allí.

El comando GEN, estupendo. La banda de Roy, una panda de gilipollas significativamente peligrosos con demasiado tiempo libre.

-¿Entiendo… y supongo que el grupo toca un cibermetal de la ostia verdad?- preguntó con un grito cargado de cinismo.

-¡Claro que si Sami, son la puta ostia!

-¡No me llames así pedazo de mierda!- Samishii golpeó con fuerza la espalda del joven.

-Está bien, lo siento. Ya veras, el Laser del Infierno te va a encantar.


domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 5: Ambiente confuso

-¿Pero cómo que se ha ido hace un rato?- preguntó frustrado. Los oscuros cristales de las gafas que llevaba adheridas al rostro impedían apreciar su mirada de consternación y aburrimiento.

-¡Pues eso joder! hará como una hora que cogió y se fue con los mierdas de sus amigos…

-…Vale, vale Sucio.- se pasó la lengua por los labios pensando en que hacer a continuación.- si vuelve dile…- tras estudiar atentamente al personaje que tenía delante desvió la mirada y decidió mandar toda aquella historia a la mierda.- dile que me he ido y que tengo cosas que hacer.

Tanto Discordia Sintética como Repulsión Plástica se dieron media vuelta y salieron de aquel antro inmundo. Cuando salían a la polvorienta calle “El Sucio”, dueño del local, carraspeó su garganta y les dijo –Esta noche tocan aquí los Desecho industrial, si queréis pasaros…

Terminó la frase en solitario, puesto que los dos roqueros ya habían pasado por la cortina holográfica que comunicaba el local con un pequeño y sucio recibidor plagado de carteles luminosos donde por las noches se colocaban los porteros.

***

Corrían a gran velocidad empujando a la gente que deambulaba por la ancha acera. Las caras llenas de ojeras de aquella muchedumbre y sus miradas perdidas contrarrestaban con todo lo que los envolvía.

-Steel nos va a matar.- balbuceó Tuerca mientras recobraba el aire con las manos apoyadas en las rodillas y el cuerpo doblado por la mitad.

Lenka giraba de un lado a otro maravillada con la encrucijada de calles en la que se encontraban. Letreros y pantallas enormes lucían sus luminosos mensajes ante el oscuro atardecer que ofrecía la polución. Gigantescas moles de hormigón, metal y cristal se alzaban rodeándolos. –Bien merece la pena amigo mío- fue cuanto pudo decir la joven pelirroja mientras observaba cada rincón de la avenida del Dr. Geschöpf Philip, bautizada con el nombre del creador de las aplicaciones bimetálicas en los ciberimplantes de vertebra.

Los coches parecían no moverse, víctimas de un prolongado atasco que se perdía en la distancia, mientras que en las aceras la situación no era mucho mejor. Los dos forasteros se percataron por primera vez de lo densamente poblada que estaba aquella ciudad. Conforme habían ido aproximándose a aquella céntrica zona había empeorado. Habían dejado atrás un pequeño barrio de trabajadores y obreros, donde las aceras no estaban tan atestadas de gente. Allí, Steel  les había mandado esperar a que volviese con la munición y las piezas que necesitaban y allí le habían dado esquinazo.

En el cielo, entre las altas torres, se dejaba ver un zepelín, surcando el aire lentamente. No pudo resistir la tentación de usar el zoom de sus ciberópticos y observar aquella gigantesca maquina dejando a su paso un pasillo entre la capa de nubes toxicas. Un grito la sacó de su ensimismamiento. Otra acera tan ancha como aquella en la que se encontraban pasaba a tres metros de altura sobre el primer piso de los rascacielos y podía observarse una corriente de personas que iban de un lado a otro. Allí se encontraba un tipo embutido en cuero, con una larga barba y unas escasas rastas de colores vivos; gritaba y se movía sin parar. ¡El día del juicio final se acerca!, repetía una y otra vez mientras ondeaba una pequeña pancarta de neones que sujetaba con ambas manos,  y donde rezaba la frase: “El mañana no existe.” Los transeúntes lo ignoraban y Lenka no tardó en hacer lo mismo, distraída por unos puestos de comida que se encontraban a unos metros de ellos. Servían una especie de emparedados de forma rectangular y de un color marrón brillante. Junto a los puestos avanzaba media docena de jóvenes uniformados. Sus botas altas y sus ropas negras, con rayas naranjas y verdes les delataba como una banda. Por sus rostros surcaban cadenas que envolvían los toscos ciberimplantes sensitivos que lucían en la cara.

El día tocaba a su fin pero la vida metropolitana no cesaría. La masa se disponía a afrontar la noche de la mejor manera que pudiera. Alguien la empujó y al volverse pudo ver un par de ejecutivos corporativos flanqueados por media docena de tipos altos y musculosos, con ciberópticos y caras serias.

Una gigantesca pantalla que abarcaba seis pisos cesó en su infinita emisión de anuncios de cibertecnología y comenzó a retrasmitir imágenes de lo que parecía un partido de un deporte que la mecánica no reconoció en un primer momento.

Aquella era sin duda, la ciudad más sorprendente en la que había estado Lenka en toda su vida. Recordó con dolor los años pasados en los puertos del sur con aquella banda de piratas y no pudo más que admitir que su vida había mejorado.

No habían tenido ningún problema en las circunvalaciones y autovías de acceso a GoreCity. Estando acostumbrados como estaban a pagar a bandas o tener que defenderse de mafias violentas con motos con conexiones inteligentes había sido toda una sorpresa llegar sin ninguna incidencia hasta allí. Lenka empezaba a pensar que la reputación de GoreCity estaba más que sobrevalorada. Se encontraba más lejos del peligro que nunca y estaba convencida de que era su turno de disfrutar.

Continuaron deambulando de un lado a otro, admirando las infinitas posibilidades de la oscura y degradada GoreCity. Se detuvieron de pronto al escuchar una sirena y ver pasar, en una calle secundaria, un coche de policía a gran velocidad.

-¿Haces algo esta noche?

Al notar una mano en su hombro el instinto de Lenka se antepuso a su cordialidad y se volvió de golpe apartando de un manotazo el brazo de aquella persona.

-¡Tranquila, tranquila!- Decía mientras levantaba sus manos y sonreía amigablemente. Era joven, de no más de dieciocho años. Una cresta verde surcaba su cráneo rasurado. En el lado de la cabeza se le podía ver una entrada para conectarse vía interface. Unos negros pircings le cubrían la cara y un tatuaje vibraba en su cuello al hablar.

-¿Se puede saber qué te pasa?- preguntó la chica mientras miraba divertida a Tuerca, el cual había echado mano a el arma que ocultaba bajo la chaqueta. –Joder niño, tienes suerte de seguir vivo.

El aludido no pareció ofenderse. Se limitó a bajar las manos y recoger unos papeles que había tirado al suelo ante la reacción de aquellos peculiares personajes.

-Tranquilos, solo quería invitaros a una fiesta.- Dijo mientras les ofrecía unos panfletos
-¿A una fiesta?- dijo Lenka intentando parecer interesada.

-¡En Degeneración Robótica, el mejor garito de toda esta puta ciudad! Esta noche tocan los Desecho industrial y créeme si te digo, que es el mejor rock procrónico y cromático de este milenio.

Lenka permaneció unos segundos pensativa estudiando el panfleto.- ¿Tu irás?- dejó escapar una sonrisa mientras el joven asentía con entusiasmo.- Entonces puede que nos acerquemos. ¿Porqué no le explicas a mi amigo como llegar hasta alli?

 ***

-No deberías jugar así con la gente, el pobre se cree que hoy mojará.- El tono del mecánico parecía emular algún discurso moralista pero no lo conseguía del todo.

Caminaban por las calles con cierto recelo, intentando llegar al Degeneración Robótica sin perderse.

-Es guapo- dijo la chica distraídamente

-Lenka por favor…- le replicó Tuerca. Lo que provocó la risa de su compañera.

-Ya deberías saber que mostrarse dócil e interesada hace que los demás terminen haciendo lo que tú quieres.- su sonrisa no desapareció de su cara durante un buen rato.

-Ni que lo digas niña. ¿Qué iba a estar haciendo yo aquí sino?

 ***

Los gritos encolerizados del cantante cruzaban el local cabalgando sobre unos riffs repetitivos y rápidos. La gente próxima al escenario se empujaba y saltaba. Movían sus cabezas como poseídos por aquel espíritu destructivo que promulgaba la letra de aquella canción. En las esquinas de aquel abarrotado lugar descansaban unas jaulas donde bailaban unas chicas completamente desnudas, recubiertas por una pintura fluorescente de diversos colores. Las luces parpadeaban sin parar lo que le permitía a Lenka ver intermitentemente a aquella juventud vestida con cuero, ropas sintéticas y estrafalarias perderse en los vicios de la noche. Llevaban más de tres horas allí y no recordaba cuantas cervezas trans se había bebido. Tuerca había desaparecido y la joven tan solo se dedicaba a balancearse al ritmo de la música. Se dirigió hacia los aseos donde le pareció ver una cara conocida, al llegar vio al chico de la cresta de aquella tarde.

-¡Al final has venido!- dijo sorprendido.

-¿Tienes sintecoca?- balbuceó Lenka, que no podía hacer otra cosa que pensar en su siguiente paso hacia la autodestrucción. Era su forma de demostrarse que era libre.

-Eso depende- dijo el chico mostrando los dientes. Lenka le preguntó lo evidente y el joven, nervioso, se apresuró a contestar.- de lo que tengas tú para mí.

Lenka aspiraba aquel polvo azulado mientras unas manos iban acariciando su cuerpo, colándose bajo su falda vaquera. Mientras saboreaba la sensación que la sustancia le regalaba, un fuerte ruido como el de un rayo sonó en la lejanía. Todo era una bola gigante de sonido y luces y deseó que no acabara pero unos gritos incesantes le hicieron ver que algo no funcionaba. Se ajustó la gabardina junto con el resto de su ropa y sin pararse a preocuparse por nadie salió de allí. La gente gritaba, lo que la confundió. La empujaban pero ella seguía avanzando. Se deslizó entre la gente, a la que oía como si se encontrasen al final de un túnel. En el escenario descansaba un cuerpo ensangrentado al que le faltaba parte de la cabeza. Intentó recordar si era el cantante pero pronto dejó de interesarle. Echó mano a su espalda y notó el seguro tacto de su rifle, lo que la tranquilizó. ¿Dónde se había metido ese maldito niñato y su droga? Tenía que volver a los aseos. Cuando se disponía a volver se dio cuenta de que lo que tenía que hacer era buscar a Tuerca. Se acercó a la salida, donde todo parecía más tranquilo. Los que estaban en aquella zona parecían haber aceptado ya aquella muerte y habían vuelto a su deseado consumo sin mucha más dilación. Permaneció allí unos segundos. A veces se le acercaban y le decían algo pero le importaba una mierda aquella gente.

De pronto apareció Tuerca entre la muchedumbre y al verla tiró de su brazo apremiándola para que corriese hacia la salida.

-¿Pero qué coño te pasa?- dijo la joven mientras su amigo desenfundaba su subfusil y apuntaba hacia su cara.

Antes de que la chica pudiese replicarle, su amigo disparó. Un tipo enorme, con una escopeta en la mano, se movió espasmódicamente a su espalda. Sus rodillas no cedieron precipitando su cuerpo hacia el suelo hasta que Tuerca no paró de llenarle el cuerpo de agujeros sangrantes. Sin entender nada Lenka no pudo más que correr junto a su amigo en medio de una marea de personas asustadas, indignadas, aburridas. Antes de abandonar el Degeneración Robótica pudo oír el sonido metálico que hizo el ciberbrazo del matón al caer al suelo.

Tuerca tiraba de ella mientras se abría paso a empujones, arma en ristre. Cuando alcanzaron la calle comenzaron a correr alocadamente. La mecánica miraba de vez en cuando hacia atrás pero no parecía que nadie los siguiese.

-¿Qué cojones has hecho? Le preguntó a su compañero aprovechando un respiro que le dio la sintecoca a su conciencia.

-¡Corre!

Lenka no pudo averiguar si su amigo estaba sangrando, pero no parecía herido ya que tiraba de ella como un maldito condenado. Se perdieron en callejuelas secundarias y pronto se vieron envueltos entre unas altas paredes de cemento donde solo se vislumbraba alguna que otra puerta que jamás se abría. Viejos contenedores de basura adornaban el sucio y oscuro callejón donde el ruido de la noche metropolitana se encontraba amortiguado.

-¡Mierda, mierda! – repetía una y otra vez Tuerca mientras recargaba la ingram y miraba hacia los lados. Tras asegurarse e que estaban solos abrió uno de los contenedores y se metió dentro. Lenka lo imitó mientras reía entre dientes de lo ridículo de la situación.

-Será mejor que nos escondamos aquí hasta que todo se tranquilice.

-No tengo ni idea de que ha pasado, pero no esperes conquistarme con esta mierda de cita.- le replicó la chica mientras dejaba a un lado el rifle y se acomodaba. Le pareció ver como reía su amigo antes de quedarse dormida.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Capítulo 4: Circuitos y calles II

Podía sentir su repugnante aliento sobre su cara. Visto de cerca le pareció mucho más feo de lo que en un primer momento había esperado. La agarraba con fuerza por los hombros, clavándole sus ásperos dedos mientras la apretaba contra la pared. Samishii intentó calmarse y pensar en algo rápidamente. Una rápida vista a su alrededor le confirmó lo que ya había temido, estaban solos. Cabe esperar que ante una situación así que la presencia de alguien bien podría mejorar la situación, alguien podría haberla ayudado. No obstante la joven sabía, por experiencia, que la gente normalmente pasaba de largo al encontrarse con una escena como aquella. Nadie la ayudaría. Estaba sola, como siempre.

-Vamos pedazo de zorra, ya vas dándome todo lo que llevas…- dijo el tipo de los cuernos metálicos. Su cara estaba roja por la ira o quizá por los nervios, Samishii hubiera jurado incluso que estaba excitándose.

Sus musculosos brazos la atenazaban con fuerza. Cosa con la que la joven japonesa poco podía competir con su poco peso. Se limitó a revolverse entre las manos de su asaltante y gimoteó nerviosamente. Déjame, dijo en un débil susurro. El delincuente supuso que temía que la violara o algo peor, detalle que lo envalentonó y excitó.

Con el brazo izquierdo agarró el delgado cuello de su presa y pegó su cabeza con brusquedad a la mugrienta pared metálica. Observó los ojos llorosos de la joven mientras arqueaba la espalda por el dolor, haciendo que el cuerpo se abriese paso entre la gabardina dejando intuir su delicada y delgada figura tras el ajustado cuero negro. Un simple vistazo le bastó al hombre de los cuernos artificiales para convencerse de todo lo que le haría a aquella asustadiza chica.

-Estas de suerte, hoy vas a ver lo que es un verdadero tío…- abrió la boca ligeramente mientras los ojos de su presa se abrían de terror.

-Primera regla de GoreCity, zorra: los descuidados la pagan”.- Dijo mientras se relamía y apretaba aun más a Samishii contra la pared.

Quizá en un primer momento había caído en el popular dicho dando por sentado que en esa situación el descuido pertenecía a la ingeniera pero la balanza es fácilmente reversible. Una chica no sobrevive sola en esa ciudad con tan solo un puñado de suerte y varios cientos de eurodólares, si sobrevive es porque sabe jugar sus cartas.

-Sss… sseg…- Consiguió vocabulizar mientras su cuello se cerraba y sus ojos, fijos en aquel desgraciado, se llenaban de lágrimas.

Mientras tanto, la mano del brazo que había quedado libre se deslizó disimuladamente entre el cuero buscando su muslo, donde descansaba una pequeña pistola automática, más subfusil que pistola, más mortal que pequeña.

-¡Jaja, quieres suplicarme, ya me suplicaras luego!- Rió al mismo tiempo que acercaba otro tanto su cuerpo.
Un destello en los húmedos ojos de la joven hizo borrar la sonrisa de su cara. Ese era el momento de jugársela, era ahora o nunca, pensó Samishii mientras desenfundaba su arma rápidamente.

El asaltante abandonó el cuello de la chica e intentó desviar el ascenso del brazo de un manotazo. Pero una mala combinación de reflejos sumados a una buena ejecución de Samishii en sus movimientos le dieron la ventaja a esta última, la cual consiguió colocar el arma entre ellos dos y apretar el gatillo sin pararse a apuntar siquiera.

El arma rugió provocando un eco en todo el corredor. El desgraciado hombre calló de espaldas mientras un desmesurado chorro de roja sangre emergía de los agujeros que aquella pequeña pero potente bala le había creado al atravesarlo. Unas gotas mancharon el rostro y parte de la gabardina de Samishii, la cual no pudo más que echarse la mano al cuello y toser varias veces.

Los gritos no cesaban. El tipo de los cuernos metálicos gimoteaba y gritaba intentando parar la hemorragia, reacio aun a aceptar el engaño que lo había conducido a estar babeando su propia vida. Se tapaba la herida que tenia bajo la clavícula izquierda con ambas manos mientras un charco de su propia sangre lo envolvía poco a poco.

-See… segunda…- Samishii detuvo su charla para coger aire y tras unos instantes terminó – Segunda regla de GoreCity, gilipollas: todo el mundo lleva un arma.

Dicho esto enfundó el subfusil y recogió sus gafas del suelo. Procurando no mirar a las cámaras de seguridad y subiéndose el cuello de su negra gabardina comenzó a caminar hacia la salida. Atrás dejaba a un hombre desangrándose. Sería mejor que se diera prisa antes de que la policía o algún agente de seguridad corporativo apareciese.

De  los húmedos y oscuros túneles recubiertos de tuberías y cables que iban a todas partes pasó a una calle con un tráfico exacerbado, donde un débil sol daba cuentas de la hora. La gente iba de aquí para allá, procurando apurar el día hasta su último segundo. La acera estaba sucia, allá a donde mirase encontraba cristales y basura. Observó a las personas que pasaban junto a ella: unos iban ataviados con monos de trabajo, otros con trajes de extraño diseño… comenzó a caminar con premura, debían de ser casi las siete.

El Residuo Mecánico era un antro oscuro y con un diseño peculiar. El suelo estaba compuesto por una serie de planchas agujereadas de hierro. Tanto la barra como las mesas emergían del suelo con unas escuetas curvas. Del techo colgaban piezas de mecanismos antiguos, ruedas dentadas y cadenas. Daba la sensación de que el local estuviera soldado al completo para conseguir una sola y única pieza. Con un tono a oxido que le daba un ligero encanto, aquel sitio era lo más parecido a un café del siglo pasado, elegido por hombres de negocios de la zona para hablar de asuntos economicos. Las paredes daban quizá el toque de luz que las lámparas que colgaban del techo no conseguían, estaban repletas de pantallas por las que se transmitían estadísticas empresariales, las noticias y dos docenas de anuncios a la vez.

Estaba vacío salvo por un par de hombres con traje sentados en una mesa apartada, un hombre y una mujer  que reían por lo bajo mientras ultimaban sus copas en un extremo de la barra y el barman que parecía estar hecho del mismo material que su local ya que su calva cabeza estaba recubierta por una chapa de una aleación estándar, sin realskin. Desde donde ella  estaba no podía verse pero sabía que aquel tipo lucía una ciberpierna que le hacía cojear. Era un modelo antiguo, desde luego, pagado hace años seguramente por alguna corporación en compensación a la pérdida de su miembro en alguna guerra en el culo del mundo. Al menos eso le había contado Bite, uno de sus contactos.

Se acercó despacio hacia los dos hombres que permanecían en silencio dando pequeños sorbos a  una bebida humeante y azul.

Los observó mientras se abría paso entre las mesas. A primera vista lo más destacable era que sus trajes debían de ser caros, muy caros. Uno era rubio, peinado hacia atrás, con los ojos claros y unos anchos hombros, el otro ocultaba su rostro bajo la sombra de un sombrero de piel, pero su constitución lo delataba como el “ayudante” del otro.

-La señorita Samishii, supongo.- dijo el rubio con una simpática y estudiada sonrisa.

-Tengo entendido que tienen un trabajo para mí.- Respondió sin más la joven, mientras se sentaba frente a aquellos extraños.

-Pues sí. Ha llegado a nuestros oídos información sobre usted. Por lo visto su trabajo es impecable, además de rápido…- Volvió a sonreír mientras extendía la mano hacia el otro hombre que no hacía otra cosa que mirar seriamente a la chica. -… mis socios y yo estaríamos interesados en que colaborase con uno de nuestros proyectos.

-¿Pero de que se trata exactamente?- la curiosidad de Samishii traicionó su, por lo general, frio comportamiento.

-Eso no lo sabrá del todo nunca. Verá, si acepta el trabajo, se le asignara una parte de un conjunto, obviamente orientado hacia su especialidad.- hizo una pausa como si quisiera crear tensión y prosiguió -Especialidad que deberá desarrollar en tres días.

Tras unos segundos de silencio el hombre pareció darse cuenta de que no convencía tanto secretismo así que cambió de estrategia.

-Verá señorita Samishii, mis jefes desean máxima discreción, ya sabe que en el mundo de la cibertecnología la exclusividad y la innovación es lo que prima sobre todas las cosas. Por ello nos preocupamos de nuestros técnicos tanto como del resultado. Estoy autorizado a ofrecerle dos mil eurodólares que le serán transferidos a la cuenta que deseé en cuanto acepte el trabajo. Si después desea continuar con nosotros se le abonarían otros dos mil. Por supuesto no tiene ningún compromiso, no obstante déjeme que le diga que su reputación le precede y que nos sería de gran ayuda su colaboración.

¿Dos mil eurodólares por tres días de trabajo? Malditos ejecutivos y malditas corporaciones taradas. Pensó Samishii. Esa cantidad era la que ganaba en veinte días si le iba bien, definitivamente el asunto era turbio, pero si no se enteraba de que iba aquello, mejor para ella.

-Está bien, acepto.

-Muy bien.- La perfecta dentadura del tipo rubio se dejó ver una vez más en una sonrisa desquiciante. Sacó una tarjeta metálica del bolsillo de la chaqueta. –Aquí tiene el código exclusivo de activación con el que podrá tener acceso a la información que se le mandará. El trabajo está compuesto por tres módulos de diseño de hardware y determinadas aplicaciones. Conforme acabe los diseños deberá mandarlos reenviando el mensaje. Y como podrá imaginar, la confidencialidad ha de ser máxima. ¿Alguna pregunta?


***


El hologenerador proyectaba un dodecaedro perfecto a un palmo de la superficie. Giraba y brillaba dando una prorroga a la oscuridad de la habitación que tan solo se veía interrumpida por la irradiante luz de los monitores.

Tan pronto como había llegado se había puesto a trabajar en el primero de los módulos. Llevando buen cuidado de que no la siguiesen había rehecho el camino a casa sin incidencia alguna.

Los planos de lo que parecía ser un ciberterminal se extendían ante ella abarcando varias pantallas a la vez. Un diseño muy elaborado, propio de Sitec (una corporación dedicada exclusivamente a ciberterminales). Había tenido que rediseñar todo y añadir algunas cosas. Aunque no sabía exactamente qué era lo que estaba haciendo percibía una ligera idea. Cumpliendo escrupulosamente con las especificaciones, muchos circuitos había tenido que dejarlos a medio y otros tantos había comenzado a diseñarlos sobre una base que no entendía. Había tenido que desarrollar cientos de líneas de código para varias docenas de microcontroladores que debían desarrollar tareas ligeramente específicas, algo podría haber servido para elaborar un millar de aparatos electrónicos.

Nada había parecido extremadamente difícil aunque la increíble extensión de todo el proyecto la había dejado exhausta. Tan solo le quedaba supervisar el diseño que tenía ante ella.

Aunque le asaltaba la feliz idea de poseer  esos suculentos dos mil eurodólares no podía dejar de pensar en que aquello era demasiado raro. Estudió la plateada tarjeta, en la que podían distinguirse unas letras y su código de activación agujereados sobre la pulida superficie.

En el centro podía leerse la silueta de las iniciales S.H.A. Tras mucho meditar decidió investigar un poco a cerca de todo aquello. Tecleó una serie de números y letras rápidamente con su mano cableada y en una pantalla se abrió una pequeña ventana que controlaba una llamada segura y difícilmente rastreable.

Era tan tarde que casi era temprano, pero Bite estaría despierto. Los hackers como él jamás descansaban, jamás dormían.

-Samishii, está saliendo el sol. ¿Qué puedo hacer por mi “electrónica” favorita?- de fondo podía oírse el zumbido de los dedos golpeando el teclado sin descanso. -¿Por cierto, me has solucionado el problema de sobrecalentamiento de mi maquina del amor?

-Sabes que sí. Por eso ahora tienes que devolverme el favor.


jueves, 26 de agosto de 2010

Capítulo 3: Circuitos y calles I

El piloto rojo de llamada parpadeaba sistemáticamente dando una ligera iluminación al oscuro entorno.

La habitación no era muy grande. Al fondo, frente a la pesada puerta repleta de sistemas de seguridad se  podían admirar unas enormes mesas repletas de herramientas y objetos metálicos que la mayoría de mortales no habían visto en su vida, más preocupados de sus quehaceres y vicios que del porqué de las cosas. Las paredes de ese lado estaban repletas de cables y herramientas de todos los tipos, colgadas en un nefasto intento de organización. Componentes de armas aparecían envueltos en un holocausto de cables y circuitos,  material electrónico desguazado.

A un lado estaba lo que podría identificarse como dormitorio: un humilde colchón sobre un oxidado somier, debajo del cual dormitaba un perro grande y perezoso de un color gris ceniza, unas estanterías repleta de chips de información y mecanismos antiguos y el marco de una pequeña puerta que conducía a un minúsculo baño.  En la cabecera de la cama, junto a las mesas del taller había un pequeño frigorífico. Justo en ese lado, pegado al techo, unas rendijas  reforzadas, de no más de un palmo de alto, ofrecían una minúscula cantidad de luz del exterior haciendo intuir  que a un metro de ellas se encontraba una calle, un distrito, una ciudad.

En el lado opuesto había más de media docena de video monitores dispuestos en torno a una gran mesa de acero, soldada a al suelo por el cual cruzaba un centenar de cables convirtiendo aquel refugio en una jungla de fibra óptica y cobre.  El punto central de aquella monstruosa maquina era un ciberordenador, al cual podían vérsele todos los componentes manipulados un sinfín de veces.  Dos monitores formaban parte del sistema de seguridad: uno pinchado a la cámara de la policía de la calle, retransmitía todo cuanto por ella pasaba y el otro al otro lado de la puerta, enfocando el oscuro y tétrico pasillo del sótano. En otros tres podían seguirse una serie de unos y ceros de un color azul intenso, bajando a toda prisa por la negra pantalla. El resto de monitores estaban entregados a la voluntad de quien estaba sentado frente a toda aquella basta tecnología.

Una pequeña chica, de ojos rasgados y pelo corto tecleaba con la mano derecha de la que podían verse salir unos cables desde atrás de los nudillos, mientras que con la otra seleccionaba opciones en la pantalla más próxima. Su cara era delicada, a pesar del tatuaje que ocupaba parte del cuello y mejilla y los pircings que habían ido incorporándose durante el transcurso de sus poco más de veinte años. Por otro lado la expresión de su rostro alejaba la delicadeza y auguraba una extrema desconfianza hacia todos y firmeza en sus actos.

De fondo, se podía oír una canción perteneciente a un grupo que ya no existía, disuelto hace una década. Los riffs eran rítmicos y pegadizos y las voces agudas y melódicas. La letra, a veces en japonés, otras veces en ingles antiguo, hablaba de viajes al interior de la mente humana, la soledad y el asesinato de lo amado. 自殺の精神 (Mente, o Alma, del suicidio), había sido una gran canción, desde luego que sí.

Al levantarse para conectar una batería al Hologenerador en el que andaba trabajando, vio al fin el piloto que parpadeaba. En apenas unos segundos apagó la música y tecleó sobre uno de los diversos teclados que se disponían frente a ella y estudió la llamada. No podía rastrearla pero sabía quien era ya que se había molestado en identificarse. Aceptó la conferencia.

-Buenas Samishii, creía que moriría esperando. ¿Eres de las que se hacen derogar  eh?- su grave voz ligeramente robotizada y su tono insolente lo identificaban como Malcolm.

-¿De qué se trata Mal?- Llevaba tiempo sin encargarle un trabajo y aunque fuese de esas personas que se andan por las ramas; odiaba a esas personas; normalmente solían ser trabajos sencillos bien pagados, como el ajuste de una docena de rifles inteligentes para aumentar la potencia o mejorar la conexión vía interface. Tareas mínimamente ilegales y altamente rentables.

-¿Quieres que vaya al grano verdad?- tras esperar un par de segundos a una respuesta que no llegaba continuó- supongo que la gente no cambia…  Verás, se han puesto en contacto conmigo cierta gente…

-¿Qué gente, para quién trabajan?

-No lo sé Samishii. Ya sabes cómo son estos ejecutivos de las corporaciones. Siempre con secretos y enigmas…

-Lo siento, no me interesa

- ¡No espera!, verás, están contratando a muchos, tienen un proyecto demasiado grande y necesitan de la ayuda de personas como tú. Créeme, ya he conseguido a uno cuantos y te diré que pagan bien.- su voz se volvió seductiva. El dinero ciertamente era algo que le interesaba a Samishii.

-¿Cuánto?

-Mucho más de lo que ganas con esos trabajitos de mierda. Quieren que te reúnas con ellos en el Residuo Mecánico a las 19:00. ¿Está en tu distrito no?

-Buen intento, pero te recuerdo que no sabes donde vivo, solo tienes una ligera idea.

Mal rió entre dientes admitiendo lo acertado que estaba aquella chica.

-En fin, supongo que te quedarás sin el ramo de flores. Piénsatelo y acude a la cita. Y no olvides mi porcentaje.

Tras esas últimas palabras, en un todo demasiado amistoso para el gusto de aquella ingeniera japonesa, la conversación se cortó.

Se quedó un rato mirando el Hologenerador que tan solo podía reproducir parte del cubo que había cargado. Tras un pequeño silencio pulsó una tecla y en todas las pantallas apareció la hora en números digitales. Eran las 17:28, si salía ahora llegaría a tiempo.

-Pues vale. – dijo para sí al momento que se ajustaba el traje de cuero y las cartucheras de los muslos para las dos pistolas automáticas que la acompañaban siempre que salía de casa. Tras tirar de la cremallera de la larga gabardina de cuero negro y mirar de reojo a su mascota salió de casa activando todos los sistemas de seguridad que hacían de su escondite un lugar seguro.

Recorrió el corredor pasando frente a un par de almacenes y subiendo unas escaleras salió a la calle. El aire golpeaba con fuerza en aquella zona de la ciudad, olvidada por muchos. Al otro lado de la ancha calle se alzaba un edificio cinco veces más alto que del que acababa de salir. Junto a este un descampado lleno de basura se extendía un centenar de metros hasta toparse con otro alto edificio de hormigón y cristal.

Tras diez minutos andando, en los cuales apenas se cruzó con gente llegó a la boca del metro. Junto a las escaleras que se hundían bajo el suelo se extendía una pequeña plaza, arropada por unos anchos edificios que permanecían abandonados desde que los habitantes de aquella zona podían recordar. La suciedad se encontraba adherida a la superficie de las estructuras, en las que de vez en cuando podía encontrarse algún que otro grafiti. Vivir en aquel lugar decadente y estéril tenía ciertas ventajas, pensó la chica, adoraba la independencia y el anonimato que no podría tener de otra manera.

En el momento en que se disponía a bajar las escaleras alguien se le acercó sorprendentemente rápido. Ella acercó las manos a la cremallera de la gabardina mientras daba un paso atrás y se giraba para enfrentarse a la posible amenaza.

-¡No me puedo creer que te haya pillado desprevenida!- Gritó entre risas un joven atlético echando mano a l antebrazo de Samishii.

-Casi te mato pedazo de mierda- dijo enfadada Samishii mientras daba un fuerte tirón con el brazo para deshacerse del joven.

Era Roy, el único que turbaba la cotidiana existencia de la experta en Cibertecnología y Seguridad electrónica. Estaba algo cambiado desde la última vez que se habían visto: los laterales de la cabeza rapados al cero y el resto de pelo distribuido en ordenadas filas de pinchos no parecían quedarle del todo mal. Sus pupilas seguían cambiando cada pocos segundos de color y su vestimenta seguía siendo como siempre: unos pantalones desgastados, que acababan en unas grandes y pesadas botas en las que se veían fragmentos de cadenas y demás y un chaleco, posiblemente de kevlar que llevaba sin camiseta alguna, dejando ver parte de su torso. A Samishii no le hacía falta seguir mirando, sabía que en la espalda llevaba una pistola que ella misma había mejorado hacia un año. En las muñequeras de acero que lucía Roy podían verse clavijas de distintos tipos y una pequeña pantalla  con un escueto teclado.

-Precisamente iba a pasarme por tu casa un día de estos…- comenzó diciendo el pandillero mientras daba un poco de espacio a la chica

-Ya sabes que no me gusta que me molesten- cortó de pronto.

-Que me dirías si quiero que vengas conmigo el sábado. Los chicos y yo iremos a un concierto y había pensado…

-Estoy ocupada.

-¡Vamos, no me vengas con lo mismo, seguro que te viene bien salir un poco!
Samishii se dio la vuelta tras mirarlo de arriba abajo como si intentara adivinar si el pandillero hablaba enserio o no.

-¡Pasaré a buscarte, esta vez no tienes escusa!- consiguió oír Samishii antes de que la tierra se la tragara y dejara atrás al molesto de Roy.

Su mente ya trabajaba en una forma de descartar su “fantástico” plan sin tener que apuntarle con un arma. Eso sería de lo más difícil.

El metro rugía a su paso por el enrevesado sistema de túneles de GoreCity. La iluminación era más bien pobre, dejando unos ligeros parpadeos de vez en cuando. Una mujer comentaba los sucesos del día en una pantalla plana protegida tras una férrea verja en lo alto del vagón.

Había poca gente, un par de jóvenes al fondo con cara de haberse metido demasiado córtex (una sintetización de un ácido que se administra mediante gotas en los ojos, o en caso de carecer de ellos, por vía intravenosa, no obstante, de esta manera sus efectos eran significativamente más contundentes provocando alteraciones en el sistema locomotor e imbuyendo al sujeto en un estado de euforia cerebral), un par de prostitutas más allá y un tipo grande que la miraba seriamente con un rostro estigmatizado por unos implantes de metal que se había añadido a la frente como si fueran pequeños cuernos. Hacía poco que se habían puesto de moda. Odiaba viajar en ese tipo de transporte ya que nunca sabías con quien podías encontrarte.
El tipo se acercó y se paró frente a ella durante unos segundos. Samishii le aguantó la mirada y al poco él sonrió y pasó de largo, hacia el siguiente vagón.

Cuando el tren llegó a la parada de Blue minds, bajó y comenzó a caminar por el arcén. Las oscuras paredes repletas de cables y pantallas con spots publicitarios hacían que recordase su guarida. Entró en unos corredores y subió unas pequeñas escaleras. Al momento, su sistema amplificado de escucha (implantado junto al nervio auditivo mediante una intervención quirúrgica) captó unos pasos tras ella. Disimuladamente bajó la cremallera de su gabardina y giró una esquina. Fuese quien fuese, y quisiese lo que quisiese, ella estaría preparada. En unos segundos pudo oír débilmente como se acercaba alguien al otro lado de la esquina y como se detenía. Ella giró ligeramente la cabeza para intentar escuchar pero fue un error que lamentó al instante. Debería haber desenfundado el arma. El tipo que hace un minuto estaba mirándola fijamente la agarró de golpe por los brazos y la empujó contra la pared.

Su respiración se aceleró.