jueves, 26 de agosto de 2010

Capítulo 3: Circuitos y calles I

El piloto rojo de llamada parpadeaba sistemáticamente dando una ligera iluminación al oscuro entorno.

La habitación no era muy grande. Al fondo, frente a la pesada puerta repleta de sistemas de seguridad se  podían admirar unas enormes mesas repletas de herramientas y objetos metálicos que la mayoría de mortales no habían visto en su vida, más preocupados de sus quehaceres y vicios que del porqué de las cosas. Las paredes de ese lado estaban repletas de cables y herramientas de todos los tipos, colgadas en un nefasto intento de organización. Componentes de armas aparecían envueltos en un holocausto de cables y circuitos,  material electrónico desguazado.

A un lado estaba lo que podría identificarse como dormitorio: un humilde colchón sobre un oxidado somier, debajo del cual dormitaba un perro grande y perezoso de un color gris ceniza, unas estanterías repleta de chips de información y mecanismos antiguos y el marco de una pequeña puerta que conducía a un minúsculo baño.  En la cabecera de la cama, junto a las mesas del taller había un pequeño frigorífico. Justo en ese lado, pegado al techo, unas rendijas  reforzadas, de no más de un palmo de alto, ofrecían una minúscula cantidad de luz del exterior haciendo intuir  que a un metro de ellas se encontraba una calle, un distrito, una ciudad.

En el lado opuesto había más de media docena de video monitores dispuestos en torno a una gran mesa de acero, soldada a al suelo por el cual cruzaba un centenar de cables convirtiendo aquel refugio en una jungla de fibra óptica y cobre.  El punto central de aquella monstruosa maquina era un ciberordenador, al cual podían vérsele todos los componentes manipulados un sinfín de veces.  Dos monitores formaban parte del sistema de seguridad: uno pinchado a la cámara de la policía de la calle, retransmitía todo cuanto por ella pasaba y el otro al otro lado de la puerta, enfocando el oscuro y tétrico pasillo del sótano. En otros tres podían seguirse una serie de unos y ceros de un color azul intenso, bajando a toda prisa por la negra pantalla. El resto de monitores estaban entregados a la voluntad de quien estaba sentado frente a toda aquella basta tecnología.

Una pequeña chica, de ojos rasgados y pelo corto tecleaba con la mano derecha de la que podían verse salir unos cables desde atrás de los nudillos, mientras que con la otra seleccionaba opciones en la pantalla más próxima. Su cara era delicada, a pesar del tatuaje que ocupaba parte del cuello y mejilla y los pircings que habían ido incorporándose durante el transcurso de sus poco más de veinte años. Por otro lado la expresión de su rostro alejaba la delicadeza y auguraba una extrema desconfianza hacia todos y firmeza en sus actos.

De fondo, se podía oír una canción perteneciente a un grupo que ya no existía, disuelto hace una década. Los riffs eran rítmicos y pegadizos y las voces agudas y melódicas. La letra, a veces en japonés, otras veces en ingles antiguo, hablaba de viajes al interior de la mente humana, la soledad y el asesinato de lo amado. 自殺の精神 (Mente, o Alma, del suicidio), había sido una gran canción, desde luego que sí.

Al levantarse para conectar una batería al Hologenerador en el que andaba trabajando, vio al fin el piloto que parpadeaba. En apenas unos segundos apagó la música y tecleó sobre uno de los diversos teclados que se disponían frente a ella y estudió la llamada. No podía rastrearla pero sabía quien era ya que se había molestado en identificarse. Aceptó la conferencia.

-Buenas Samishii, creía que moriría esperando. ¿Eres de las que se hacen derogar  eh?- su grave voz ligeramente robotizada y su tono insolente lo identificaban como Malcolm.

-¿De qué se trata Mal?- Llevaba tiempo sin encargarle un trabajo y aunque fuese de esas personas que se andan por las ramas; odiaba a esas personas; normalmente solían ser trabajos sencillos bien pagados, como el ajuste de una docena de rifles inteligentes para aumentar la potencia o mejorar la conexión vía interface. Tareas mínimamente ilegales y altamente rentables.

-¿Quieres que vaya al grano verdad?- tras esperar un par de segundos a una respuesta que no llegaba continuó- supongo que la gente no cambia…  Verás, se han puesto en contacto conmigo cierta gente…

-¿Qué gente, para quién trabajan?

-No lo sé Samishii. Ya sabes cómo son estos ejecutivos de las corporaciones. Siempre con secretos y enigmas…

-Lo siento, no me interesa

- ¡No espera!, verás, están contratando a muchos, tienen un proyecto demasiado grande y necesitan de la ayuda de personas como tú. Créeme, ya he conseguido a uno cuantos y te diré que pagan bien.- su voz se volvió seductiva. El dinero ciertamente era algo que le interesaba a Samishii.

-¿Cuánto?

-Mucho más de lo que ganas con esos trabajitos de mierda. Quieren que te reúnas con ellos en el Residuo Mecánico a las 19:00. ¿Está en tu distrito no?

-Buen intento, pero te recuerdo que no sabes donde vivo, solo tienes una ligera idea.

Mal rió entre dientes admitiendo lo acertado que estaba aquella chica.

-En fin, supongo que te quedarás sin el ramo de flores. Piénsatelo y acude a la cita. Y no olvides mi porcentaje.

Tras esas últimas palabras, en un todo demasiado amistoso para el gusto de aquella ingeniera japonesa, la conversación se cortó.

Se quedó un rato mirando el Hologenerador que tan solo podía reproducir parte del cubo que había cargado. Tras un pequeño silencio pulsó una tecla y en todas las pantallas apareció la hora en números digitales. Eran las 17:28, si salía ahora llegaría a tiempo.

-Pues vale. – dijo para sí al momento que se ajustaba el traje de cuero y las cartucheras de los muslos para las dos pistolas automáticas que la acompañaban siempre que salía de casa. Tras tirar de la cremallera de la larga gabardina de cuero negro y mirar de reojo a su mascota salió de casa activando todos los sistemas de seguridad que hacían de su escondite un lugar seguro.

Recorrió el corredor pasando frente a un par de almacenes y subiendo unas escaleras salió a la calle. El aire golpeaba con fuerza en aquella zona de la ciudad, olvidada por muchos. Al otro lado de la ancha calle se alzaba un edificio cinco veces más alto que del que acababa de salir. Junto a este un descampado lleno de basura se extendía un centenar de metros hasta toparse con otro alto edificio de hormigón y cristal.

Tras diez minutos andando, en los cuales apenas se cruzó con gente llegó a la boca del metro. Junto a las escaleras que se hundían bajo el suelo se extendía una pequeña plaza, arropada por unos anchos edificios que permanecían abandonados desde que los habitantes de aquella zona podían recordar. La suciedad se encontraba adherida a la superficie de las estructuras, en las que de vez en cuando podía encontrarse algún que otro grafiti. Vivir en aquel lugar decadente y estéril tenía ciertas ventajas, pensó la chica, adoraba la independencia y el anonimato que no podría tener de otra manera.

En el momento en que se disponía a bajar las escaleras alguien se le acercó sorprendentemente rápido. Ella acercó las manos a la cremallera de la gabardina mientras daba un paso atrás y se giraba para enfrentarse a la posible amenaza.

-¡No me puedo creer que te haya pillado desprevenida!- Gritó entre risas un joven atlético echando mano a l antebrazo de Samishii.

-Casi te mato pedazo de mierda- dijo enfadada Samishii mientras daba un fuerte tirón con el brazo para deshacerse del joven.

Era Roy, el único que turbaba la cotidiana existencia de la experta en Cibertecnología y Seguridad electrónica. Estaba algo cambiado desde la última vez que se habían visto: los laterales de la cabeza rapados al cero y el resto de pelo distribuido en ordenadas filas de pinchos no parecían quedarle del todo mal. Sus pupilas seguían cambiando cada pocos segundos de color y su vestimenta seguía siendo como siempre: unos pantalones desgastados, que acababan en unas grandes y pesadas botas en las que se veían fragmentos de cadenas y demás y un chaleco, posiblemente de kevlar que llevaba sin camiseta alguna, dejando ver parte de su torso. A Samishii no le hacía falta seguir mirando, sabía que en la espalda llevaba una pistola que ella misma había mejorado hacia un año. En las muñequeras de acero que lucía Roy podían verse clavijas de distintos tipos y una pequeña pantalla  con un escueto teclado.

-Precisamente iba a pasarme por tu casa un día de estos…- comenzó diciendo el pandillero mientras daba un poco de espacio a la chica

-Ya sabes que no me gusta que me molesten- cortó de pronto.

-Que me dirías si quiero que vengas conmigo el sábado. Los chicos y yo iremos a un concierto y había pensado…

-Estoy ocupada.

-¡Vamos, no me vengas con lo mismo, seguro que te viene bien salir un poco!
Samishii se dio la vuelta tras mirarlo de arriba abajo como si intentara adivinar si el pandillero hablaba enserio o no.

-¡Pasaré a buscarte, esta vez no tienes escusa!- consiguió oír Samishii antes de que la tierra se la tragara y dejara atrás al molesto de Roy.

Su mente ya trabajaba en una forma de descartar su “fantástico” plan sin tener que apuntarle con un arma. Eso sería de lo más difícil.

El metro rugía a su paso por el enrevesado sistema de túneles de GoreCity. La iluminación era más bien pobre, dejando unos ligeros parpadeos de vez en cuando. Una mujer comentaba los sucesos del día en una pantalla plana protegida tras una férrea verja en lo alto del vagón.

Había poca gente, un par de jóvenes al fondo con cara de haberse metido demasiado córtex (una sintetización de un ácido que se administra mediante gotas en los ojos, o en caso de carecer de ellos, por vía intravenosa, no obstante, de esta manera sus efectos eran significativamente más contundentes provocando alteraciones en el sistema locomotor e imbuyendo al sujeto en un estado de euforia cerebral), un par de prostitutas más allá y un tipo grande que la miraba seriamente con un rostro estigmatizado por unos implantes de metal que se había añadido a la frente como si fueran pequeños cuernos. Hacía poco que se habían puesto de moda. Odiaba viajar en ese tipo de transporte ya que nunca sabías con quien podías encontrarte.
El tipo se acercó y se paró frente a ella durante unos segundos. Samishii le aguantó la mirada y al poco él sonrió y pasó de largo, hacia el siguiente vagón.

Cuando el tren llegó a la parada de Blue minds, bajó y comenzó a caminar por el arcén. Las oscuras paredes repletas de cables y pantallas con spots publicitarios hacían que recordase su guarida. Entró en unos corredores y subió unas pequeñas escaleras. Al momento, su sistema amplificado de escucha (implantado junto al nervio auditivo mediante una intervención quirúrgica) captó unos pasos tras ella. Disimuladamente bajó la cremallera de su gabardina y giró una esquina. Fuese quien fuese, y quisiese lo que quisiese, ella estaría preparada. En unos segundos pudo oír débilmente como se acercaba alguien al otro lado de la esquina y como se detenía. Ella giró ligeramente la cabeza para intentar escuchar pero fue un error que lamentó al instante. Debería haber desenfundado el arma. El tipo que hace un minuto estaba mirándola fijamente la agarró de golpe por los brazos y la empujó contra la pared.

Su respiración se aceleró.


lunes, 23 de agosto de 2010

Capítulo 2: Sexo, drogas & Cibermetal cromático



Se despertó de pronto, revolviéndose en el sofá con un fuerte dolor de cabeza. Masticó y saboreó el rancio sabor a vomito de su boca. Intentó erguir su cuerpo pero se sentía como si le hubiesen dado una paliza. Tras varios intentos consiguió sentarse. Joder, como le picaba la nariz. Se quitó las gafas estilo aviador que llevaba pegadas a la cara y miró a su alrededor. «Vale», se encontraba en su casa, un pequeño apartamento de unos escasos veinte metros cuadrados. Era incapaz de recordar cómo había llegado hasta allí, pero a la vista estaba que en su afán por continuar la fiesta no se habían ido a dormir al llegar. Docenas de latas de cerveza trans yacían esparcidas por doquier y en la mesa que había frente a él se percibían los restos de sintecoca; la mejora sintética de la cocaína del siglo pasado.
«Oh jodeer, que puta mierda».
Un tipo que no había visto en un primer momento se levantó del suelo rápidamente. Tan solo llevaba unos pantalones de pitillo y sus características botas metálicas. Era Repulsión Plástica, su bajista. Su inconfundible mala lengua, su pronunciada delgadez y su brazo artificial sin recubrir de realskin lo delataban como tal.
—Joder tío, ayer… —decía mientras se rascaba la cabeza con su metálica mano y paseaba la vista por la habitación—. ¿Y esa zorra?
Discordia Sintética desvió los ojos de su compañero para observar a una rubia despampanante que yacía inconsciente a un par de metros de él.
—Creo… que es la camarera de… —consiguió decir antes de ser interrumpido por el bajista.
—¡No jodas, pero si aún queda un poco! —escupió de pronto antes de arrodillarse y ponerse a amontonar los restos que invadían la mesa.
Discordia se quedó mirando a su colega mientras este preparaba una humilde ralla de ese polvo azul que tanto le gustaba. El concierto de aquella noche había salido muy pero que muy bien. El nuevo batería estaba resultando ser una buena adquisición. No pudo evitar imaginar lo que vendría a continuación: Psycholedic-Discordia estaba ganando seguidores a un ritmo exacerbado, y ya comenzaban a hablar de ellos por todo GoreCity. No pararían, esto iba a ser una verdadera revolución. Una estridente melodía lo sacó de sus pensamientos y lo devolvió a la vida real. Era su móvil, el cual no podía andar muy lejos.
Rebuscó entre el decrepito sofá, entre una maraña de ropa y latas vacías y hasta dentreo del pequeño frigorífico. Cuando consiguió encontrarlo vio que era Pink.
—Dime, nena —dijo Discordia con voz aburrida.
—¡Tú, se puede saber donde coño te metiste anoche, maldito desgraciado!
Discordia separó el móvil de su oído, molesto por los gritos de su novia que no hacían más que empeorar su dolor de cabeza. Repulsión Plástica lo miró divertido mientras se abría una lata y se acomodaba pegando su espalda a la pared recubierta de cables que subían del suelo hasta el techo.
La conversación terminó pronto y al acabar el rockero tiró el móvil a la otra punta del apartamento.
—Esa tía va a acabar contigo. No se puede ser tan borde coño, sobre todo si la mitad de las veces se coloca con tu dinero.
—Sus maneras dejan mucho que desear —Comenzó explicando Discordia mientras se incorporaba, cogía una sabana que había en el suelo y se acercaba a la rubia que dormía—. y su conversación es cual menos peor. ¿Pero que puedes esperar de una chica de quince años? Además, le he pillado cariño y créeme, cuando tiene sus drogas es la mar de agradable. Y ahora ayúdame. Tenemos que irnos. —Se dispuso a tapar el desnudo cuerpo de la mujer.
—¿A dónde? —preguntó el bajista mientras tiraba la lata de trans  al suelo y se ponía manos a la obra.
—Tenemos que ir a un puto local de mierda a recoger a mi novia. Cállate y cógela de las piernas —dijo excusándose mientras hacía como que no miraba a su compañero.
Una vez tapada y enrolladla delicadamente, ambos músicos cargaron a la chica y salieron fuera del apartamento.
—¿Joder tío, te has fijado en que anoche arrancamos la cerradura? —dijo el bajista mientras reía entre dientes al pasar por la puerta rota.
—A la mierda –discordia se encogió de hombros y siguió cargando con su parte.
Vivía en el apartamento número 2353 de un bloque ubicado en la zona baja del distrito 9 de GoreCity. No era un agujereo de miseria como podían ser los distritos 6 y 7 pero tampoco era un tranquilo barrio corporativo.
El pasillo era frio y el hedor que desprendía era repulsivo. Infinitas filas e cables y tubos cruzaban paredes y techo perdiéndose en la telaraña enorme del complejo. Comenzaron a andar torpemente, cargados con la chica que parecía inconsciente, un tubo de neón parpadeaba al otro lado del corredor. Algunas puertas estaban abiertas dejando ver a sus ocupantes, gente joven y trabajadores corporativos de fabricas y factorías en su mayoría. Para una ciudad tan superpoblada como aquella, el tamaño de esos apartamentos era aceptable.
Cuando llegaron a las escaleras apareció el Gerente; un tipo odioso y gordo, con dos ciberópticos verdaderamente antiguos. Siempre grasiento y cabreado, no era del gusto de Discordia, acostumbrado a tratar con gente que le podía ser útil, o al menos entretenida.
—Tú, Gómez… —dijo con su voz ronca, usando el apellido original del rockero, como odiaba que hiciesen eso. No porque se avergonzase de sus orígenes hispanos sino porque le rompía con su vida actual, él ya se había preocupado de agenciarse un buen nombre para que lo usaran.
—Oh tío, que bien te veo. ¿Qué tal estas, todo bien por esas madrigueras? —le cortó el aludido sin dejar de cargar con la rubia que comenzaba a pesarle.
Comenzaron a bajar las escaleras, dando patadas a vidrios y demás basura que encontraban por el suelo. El gordo gerente fue detrás de ellos.
—No me vengas con gilipolleces puto yonky, aun no has pagado el mes y me vas a tener que explicar lo de la puta puerta y lo de…
—Te lo juro colega, la puta esta, está empezando a pesar demasiado —dejando los gritos del gerente de fondo Repulsión Plastica siguió quejándose y riéndose hasta que llegaron al rellano de la planta baja.
—… y estoy hasta los cojones de las fiestas que montáis, el de alado de ti me dijo que la próxima vez te matará y luego yo tendré que…
—Tranquilo, hombre. Si quiere matarme que venga y lo intente —reprochó Discordia restándole importancia a todo aquello. Luego se volvió y vio a un vagabundo borracho sentado en las escaleras del rellano. En la pared que había junto a él había un cartel de Psycholedic-Discordia. El rockero esbozó una sonrisa al reconocerse en el cartel y ver su cresta de rastas verdes y rojas fabricadas a base de tecnopelo.
—La dejamos aquí.
Se dio la vuelta y salió hacia la calle, dejando al gerente maldiciendo por lo bajo.
«Mi amada GoreCity».
El humo salía despedido de las rendijas del suelo que formaban parte del sistema de ventilación de las cinco plantas subterráneas de pisos. Los coches pasaban a gran velocidad por la calle, la cual rebosaba vida. La gente iba de aquí para allá portando paquetes y con expresión sombría. El letrero luminoso de un puesto de comida que hacía esquina más allá  hacía competencia a la irregular iluminación de las calles del distrito 9. Unos gritos se dejaban oír débilmente, perdidos en la maleza de hormigón que se alzaba ante ellos. Sórdidas estructuras que se levantaban del suelo cuarenta y cincuenta pisos. Miró hacia arriba, el sol apenas podía hacer llegar unos paupérrimos rayos de luz, la espesa capa de polución que rodeaba la ciudad lo impedía. Se ajustó las gafas y observó los puentes que unían los edificios de un lado al otro de la calle, estaban abarrotados de personas con monos de trabajo.
—¿Dónde aparcaste? —preguntó al bajista mientras Discordia iniciaba las opciones de las lentes inteligentes.
—Demasiado cerca…
Discordia Sintética desvió la atención hacia la derecha y vio el coche de Repulsión Plástica subido en la acera, con un cartel, que debía estar clavado en el suelo, sobre el capot, dejando escapar de vez en cuando descargas eléctricas al aire. El rockero sonrió recordando la noche anterior y con un ligero roce en los pendientes de su oreja derecha activó la música que ahora resonaba en su cabeza mediante un pequeño transmisor que profería pequeñas señales a milímetros del tímpano. Jamás en su vida se había sentido tan bien como después de haberse dejado ese abultado puñado de eurodólares para aquella operación.
—Yo conduzco.

domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo 1: Carretera


El ruido de los vehículos al cortar el aire seguía penetrando por las ventanillas haciéndose notar por toda la cabina. Lenka ya ni siquiera lo oía: había aprendido a ignorarlo, como ignoraba también todo el polvo y la arena que levantaban a su paso las ruedas de los camiones y coches y que había quedado de por vida adherido a su piel. Hasta los aerodeslizadores levantan una inmensa cantidad de polvo a su paso, pensó la pelirroja mientras bostezaba y apartaba la vista del desierto para observar a sus compañeros.
Steel conducía, siempre conducía, con su habitual expresión de seriedad inalterable. Para quien no lo conociese, a primera vista le parecería un peligroso motero, de los de antes, con olor a cuero y alcohol y con un fuerte temperamento que iba a juego con sus rojos ojos ocultos siempre tras unas gafas de lentes de espejo. Detrás, revueltos entre más de una docena de petates, herramientas y cajas se encontraban “Tuerca” y Basile, ambos durmiendo a pierna suelta. Al observar a Tuerca, a Lenka le fue imposible pensar en otra cosa que no fuese en lo mal que le quedaba el pelo sintético que se había injertado tan solo hace unos días en la mitad de la cabeza. El color verde fluorescente no era su color, definitivamente no, pero a él le había parecido genial que al agarrarlo, el cabello se volviese de un purpura cálido.
–¿Cuánto queda?– a pesar de llevar dieciséis meses con aquel grupo de nómadas, de parias de la carretera, Lenka no había podido acostumbrarse a la vida en las autovías fantasma. El eterno viaje, le repetía Steel siempre que la impertinente joven le preguntaba.
–En unas horas habremos llegado a GoreCity– El pendiente de su nariz se movía empujado por sus labios. Normalmente su incipiente barba apenas dejaba ver la boca por la que pronunciaba siempre sus cortas y toscas frases.
A Lenka en un principio le pareció un tipo duro, frio y horriblemente aburrido, pero con el tiempo había podido ver su lado más agradable al ganarse su especial sentido del cariño que se basaba en darle una paliza al baboso de turno y asegurarse de que conocía su cometido y que siempre tuviera algo que hacer dentro de la familia. Todo eso siempre había levantado los celos y las envidias del resto de chicas de la banda. Que se jodan esas zorras, pensó Lenka.
Como bien había prometido su protector, llegaron a medio día. Salieron del coche adormilados, ajustándose las gafas a la cara. El sol azotaba con fuerza en el desértico paraje. A Lenka le habían jurado en más de una ocasión que hubo un tiempo en que no era necesario protegerse los ojos sin temor a quedarte ciego, pero en ese momento le costaba creerlo. Más allá de la duna en la que se encontraban, a un centenar de pasos, se alzaban las ruinas de un pequeño complejo industrial del siglo pasado, seguramente se quedarían allí. Mientras una docena de camiones y más de medio centenar de coches, pequeñas caravanas y motos iban de aquí para allá Lenka centró su vista un poco más lejos. Oscura como la noche se alzaba imponente la que debía de ser GoreCity. Es enorme, pensó la joven. Como si le hubiese leído el pensamiento Steel se adelantó cargando una enorme garrafa de un líquido azul oscuro y se apresuró a decir:
–¿Impresionada? Claro que sí, jodida cría… Allí viven al menos ochenta millones de personas, es un gigante rodeado de tierra y polvo. En ella puedes encontrar prácticamente de todo, ya sabes... vicio y esas cosas. Por lo que sé el tráfico de armas y equipos cibernéticos es casi una tradición en GoreCity. Nos viene de perlas.
Le encantaban las ciudades. Para la joven de veintitrés años las metrópolis tan solo significaban una cosa: diversión. La observó relamiéndose, ajustó su ciberóptico y amplió la imagen. Una capa de polución cubría los altos edificios, los cuales se contaban a miles. Al escuchar el ligero y casi imperceptible “clik” que profirió su ciberimplante recordó con dolor los 800 pavos que le había costado. Aun vendiendo su ojo original aquello había resultado caro. De todos modos eso pertenecía a un pasado mucho más peligroso e intenso que su vida actual. A su lado Basile bostezó.

Mientras echaba una mano a Tuerca con el motor de un buggy, el resto levantaba el asentamiento y su correspondiente perímetro de seguridad. Refugiarse a las afueras de las ciudades podía resultar igual de mortal y peligroso que viajar por las muertas carreteras de ese mundo hostil.
Steel los llamó gritando sus nombres. Tuerca se limpió la grasa en los pantalones mientras Lenka se apresuraba a dejar las herramientas que estaba usando con un suspiro. Le gustaba la mecánica pero las reparaciones rutinarias la aburrían.
–¿Qué quieres jefe?– dijo el chico burlonamente cuando llegaron frente a Steel.
–Darte de ostias de aquí a la casa de tu puta madre. ¿Te parece?
El mecánico asintió como si la idea le entusiasmase. Se le veía pequeño frente a Steel.
–A ver… Precursor quiere que vayamos a la ciudad para comprar unos recambios y encargar un montón de munición. La mierda de la última noche nos dejó casi sin balas. Del calibre 12 no nos queda ni una– Lenka sonrió, había conseguido pegarle un tiro con su rifle a uno de aquellos cabrones. –…Iremos nosotros y Fabio.  Salimos en una hora. ¿Ok?
Asintieron y volvieron de camino al buggy, pensativos. Tuerca cogió el soldador y se lo ajustó a los cables que sobresalían de su muñeca con una expresión divertida. ¿A quién podía divertirle tener una batería en el antebrazo? Sin lugar a dudas a un mecánico como aquél, el cual se había arriesgado a perder el brazo por un capricho como ese. Era su estilo.
–¿Crees que nos dejaran pasar la noche allí?– preguntó distraído mientras soldaba dos piezas del chasis
–Ni de coña. ¿Por cierto, tienes crédito?
–Algo, puede que ciento cincuenta eurodólares, quizá más si le pido al capullo de Ben lo que me debe. ¿Por qué quieres saberlo?
–Porque esta noche, habrá que ver lo que se cuece en esa ciudad maldita.
–Drogas, putas, violencia… lo de siempre– al ver la sonrisa que adornaba la cara de su amiga añadió –La última vez casi nos matan. Recuerda a aquellos camellos…
–Vamos, nenaza, siempre te lo pasas bien, además, esta vez tenemos pasta– dejó escapar una sonrisa mientras le golpeaba en el hombro a su compañero de fiestas.
–Está bien, pero me cogeré la ingram  por si acaso… y un par de cargadores.