Se despertó de pronto, revolviéndose en el sofá con
un fuerte dolor de cabeza. Masticó y saboreó el rancio sabor a vomito de su
boca. Intentó erguir su cuerpo pero se sentía como si le hubiesen dado una
paliza. Tras varios intentos consiguió sentarse. Joder, como le picaba la nariz.
Se quitó las gafas estilo aviador que llevaba pegadas a la cara y miró a su
alrededor. «Vale», se encontraba en su casa, un pequeño apartamento de unos escasos
veinte metros cuadrados. Era incapaz de recordar cómo había llegado hasta allí,
pero a la vista estaba que en su afán por continuar la fiesta no se habían ido
a dormir al llegar. Docenas de latas de cerveza trans yacían esparcidas por doquier y en la mesa que había frente a
él se percibían los restos de sintecoca;
la mejora sintética de la cocaína del siglo pasado.
«Oh jodeer, que puta mierda».
Un tipo que no había visto en un primer momento se
levantó del suelo rápidamente. Tan solo llevaba unos pantalones de pitillo y
sus características botas metálicas. Era Repulsión Plástica, su bajista. Su
inconfundible mala lengua, su pronunciada delgadez y su brazo artificial sin
recubrir de realskin lo delataban como
tal.
—Joder tío, ayer… —decía mientras se rascaba la
cabeza con su metálica mano y paseaba la vista por la habitación—. ¿Y esa
zorra?
Discordia Sintética desvió los ojos de su compañero
para observar a una rubia despampanante que yacía inconsciente a un par de
metros de él.
—Creo… que es la camarera de… —consiguió decir
antes de ser interrumpido por el bajista.
—¡No jodas, pero si aún queda un poco! —escupió de
pronto antes de arrodillarse y ponerse a amontonar los restos que invadían la
mesa.
Discordia se quedó mirando a su colega mientras
este preparaba una humilde ralla de ese polvo azul que tanto le gustaba. El
concierto de aquella noche había salido muy pero que muy bien. El nuevo batería
estaba resultando ser una buena adquisición. No pudo evitar imaginar lo que
vendría a continuación: Psycholedic-Discordia
estaba ganando seguidores a un ritmo exacerbado, y ya comenzaban a hablar de
ellos por todo GoreCity. No pararían, esto iba a ser una verdadera revolución.
Una estridente melodía lo sacó de sus pensamientos y lo devolvió a la vida
real. Era su móvil, el cual no podía andar muy lejos.
Rebuscó entre el decrepito sofá, entre una maraña
de ropa y latas vacías y hasta dentreo del pequeño frigorífico. Cuando
consiguió encontrarlo vio que era Pink.
—Dime, nena —dijo Discordia con voz aburrida.
—¡Tú, se puede saber donde coño te metiste anoche,
maldito desgraciado!
Discordia separó el móvil de su oído, molesto por
los gritos de su novia que no hacían más que empeorar su dolor de cabeza.
Repulsión Plástica lo miró divertido mientras se abría una lata y se acomodaba
pegando su espalda a la pared recubierta de cables que subían del suelo hasta
el techo.
La conversación terminó pronto y al acabar el
rockero tiró el móvil a la otra punta del apartamento.
—Esa tía va a acabar contigo. No se puede ser tan
borde coño, sobre todo si la mitad de las veces se coloca con tu dinero.
—Sus maneras dejan mucho que desear —Comenzó
explicando Discordia mientras se incorporaba, cogía una sabana que había en el
suelo y se acercaba a la rubia que dormía—. y su conversación es cual menos
peor. ¿Pero que puedes esperar de una chica de quince años? Además, le he
pillado cariño y créeme, cuando tiene sus drogas es la mar de agradable. Y
ahora ayúdame. Tenemos que irnos. —Se dispuso a tapar el desnudo cuerpo de la
mujer.
—¿A dónde? —preguntó el bajista mientras tiraba la
lata de trans al suelo y se ponía manos a la obra.
—Tenemos que ir a un puto local de mierda a recoger
a mi novia. Cállate y cógela de las piernas —dijo excusándose mientras hacía
como que no miraba a su compañero.
Una vez tapada y enrolladla delicadamente, ambos músicos
cargaron a la chica y salieron fuera del apartamento.
—¿Joder tío, te has fijado en que anoche arrancamos
la cerradura? —dijo el bajista mientras reía entre dientes al pasar por la
puerta rota.
—A la mierda –discordia se encogió de hombros y
siguió cargando con su parte.
Vivía en el apartamento número 2353 de un bloque ubicado
en la zona baja del distrito 9 de GoreCity. No era un agujereo de miseria como
podían ser los distritos 6 y 7 pero tampoco era un tranquilo barrio
corporativo.
El pasillo era frio y el hedor que desprendía era
repulsivo. Infinitas filas e cables y tubos cruzaban paredes y techo
perdiéndose en la telaraña enorme del complejo. Comenzaron a andar torpemente,
cargados con la chica que parecía inconsciente, un tubo de neón parpadeaba al
otro lado del corredor. Algunas puertas estaban abiertas dejando ver a sus
ocupantes, gente joven y trabajadores corporativos de fabricas y factorías en
su mayoría. Para una ciudad tan superpoblada como aquella, el tamaño de esos
apartamentos era aceptable.
Cuando llegaron a las escaleras apareció el
Gerente; un tipo odioso y gordo, con dos ciberópticos verdaderamente antiguos.
Siempre grasiento y cabreado, no era del gusto de Discordia, acostumbrado a
tratar con gente que le podía ser útil, o al menos entretenida.
—Tú, Gómez… —dijo con su voz ronca, usando el
apellido original del rockero, como odiaba que hiciesen eso. No porque se
avergonzase de sus orígenes hispanos sino porque le rompía con su vida actual,
él ya se había preocupado de agenciarse un buen nombre para que lo usaran.
—Oh tío, que bien te veo. ¿Qué tal estas, todo bien
por esas madrigueras? —le cortó el aludido sin dejar de cargar con la rubia que
comenzaba a pesarle.
Comenzaron a bajar las escaleras, dando patadas a
vidrios y demás basura que encontraban por el suelo. El gordo gerente fue
detrás de ellos.
—No me vengas con gilipolleces puto yonky, aun no
has pagado el mes y me vas a tener que explicar lo de la puta puerta y lo de…
—Te lo juro colega, la puta esta, está empezando a
pesar demasiado —dejando los gritos del gerente de fondo Repulsión Plastica
siguió quejándose y riéndose hasta que llegaron al rellano de la planta baja.
—… y estoy hasta los cojones de las fiestas que
montáis, el de alado de ti me dijo que la próxima vez te matará y luego yo
tendré que…
—Tranquilo, hombre. Si quiere matarme que venga y
lo intente —reprochó Discordia restándole importancia a todo aquello. Luego se
volvió y vio a un vagabundo borracho sentado en las escaleras del rellano. En
la pared que había junto a él había un cartel de Psycholedic-Discordia. El rockero esbozó una sonrisa al reconocerse
en el cartel y ver su cresta de rastas verdes y rojas fabricadas a base de tecnopelo.
—La dejamos aquí.
Se dio la vuelta y salió hacia la calle, dejando al
gerente maldiciendo por lo bajo.
«Mi amada GoreCity».
El humo salía despedido de las rendijas del suelo
que formaban parte del sistema de ventilación de las cinco plantas subterráneas
de pisos. Los coches pasaban a gran velocidad por la calle, la cual rebosaba
vida. La gente iba de aquí para allá portando paquetes y con expresión sombría.
El letrero luminoso de un puesto de comida que hacía esquina más allá hacía competencia a la irregular iluminación
de las calles del distrito 9. Unos gritos se dejaban oír débilmente, perdidos
en la maleza de hormigón que se alzaba ante ellos. Sórdidas estructuras que se
levantaban del suelo cuarenta y cincuenta pisos. Miró hacia arriba, el sol
apenas podía hacer llegar unos paupérrimos rayos de luz, la espesa capa de
polución que rodeaba la ciudad lo impedía. Se ajustó las gafas y observó los
puentes que unían los edificios de un lado al otro de la calle, estaban
abarrotados de personas con monos de trabajo.
—¿Dónde aparcaste? —preguntó al bajista mientras
Discordia iniciaba las opciones de las lentes inteligentes.
—Demasiado cerca…
Discordia Sintética desvió la atención hacia la
derecha y vio el coche de Repulsión Plástica subido en la acera, con un cartel,
que debía estar clavado en el suelo, sobre el capot, dejando escapar de vez en
cuando descargas eléctricas al aire. El rockero sonrió recordando la noche
anterior y con un ligero roce en los pendientes de su oreja derecha activó la
música que ahora resonaba en su cabeza mediante un pequeño transmisor que
profería pequeñas señales a milímetros del tímpano. Jamás en su vida se había
sentido tan bien como después de haberse dejado ese abultado puñado de
eurodólares para aquella operación.
—Yo conduzco.
Joder, a veces pienso que debería de dejar tirada a Pink como a aquella rubia, seguro que el mendigo al lado del que la dejé insconciente sigue acordándose gratamente de mi.
ResponderEliminarMenos mal que algunos de mis fans se dejan sus jodidos ojos delante de algún sucio cyberterminal escribiendo la puta movida que es mi vida, porque después de los últimos conciertos cada día parece que tengo que dar gracias por respirar esta mierda apestosa que algunos llaman "aire", y a este ritmo sólo quedarán de mi un par de terabytes en la Red, una puta biografía.
¿Pero de qué coño me quejo? Tio, hoy soy una puta leyenda del rock, y ¿a quién cojones le importa el mañana?
Me gustan más los nómadas del primer capítulo que las estrellas del rock, pero eso es un poco gusto personal. La historia esta muy bien contada.
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